Muñeca,
hoy pasé rozando los cristales envejecidos
que esconden tu risa,
no pude evitar conjurar los instantes
para tocarte en un poema.
Tú quedas quieta como la llama de un cirio
en ausencia del aire.
Yo sigo mi ruta, invento círculos
cuando brillas en mi recuerdo bandido.
Me siento a tu diestra, sobre la mesa
que pesa la lámpara, soy una aparición
improvisando mil besos que no llegan
a tus mejillas de adolescente.
¿Por qué no sonríes?
¿Quién oculto tu risa de naranja fresca?
Quiero saber todo de ti:
Quien desnuda una rosa
no tiene perdón.
Muñeca de brisa insospechada,
extraño amanecer en los cimientos
desorbitados de las vitrinas,
me urge tocarte, palpar tus mejillas de espuma
mientras espero tus palabras olvidadas.
Soy un invento de metal transparente,
danzo por la vida con mis delirios incomprendidos,
rezo sin ser devoto cuando necesito de la fe
para encender mis fantasías.
¡Hay muñeca!... raro mi andar, se ancla buscando tu frente,
inventa una lágrima debajo de tus ojos ahora míseros,
torturados en tu eterno juego de encierros.
Vale olvidar, lo sé, es necesario a veces,
ayuda cuando se esfuman las promesas de los ángeles,
y Dios nos desconoce entre tantas y tantos.
He pensado muchas veces en aferrarme
a la ley de las piedras, lanzarlas a tus costados
para no dañarte, y huir, huir con tus huesos que se doblan
a los mares sin orillas para que nadie pueda encontrarte.
Solos tú y yo, sin miradas que desordenan,
ni palabras sin rostros de perdones.
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