Eduardo Urueta

A un girasol

Ya la grande, dorada, flor se mueve,
ya su estómago negro de semillas.
La madrugada, nunca quieta, muere,
comienza el botón con su maravilla.

Se menea siempre al sol de orilla a orilla
desde su sitio, su cabeza entiende
que la obediencia a la luz le sostiene;
la ruboriza, la viste amarilla.

La lumbre eterna, manantial de leña
Acechando en canales del espacio
La vuelve tibia, lámpara pequeña.

Traslada sus verdes vástagos flacos
Custodian los voltios de luz en gajos,
bujías cortas que el girasol sueña.