tinchoborges

Bondad

Erase un pueblo pequeño y empobrecido. Un pueblo con calles de tierra y un puerto abandonado. Los habitantes de este pueblo eran los sobrevivientes de una invasión, además, por su carácter extremadamente religioso, habían mandado a la horca una gran cantidad de personas al condenarlas de herejes. Por lo tanto, la población había quedado reducida a un pequeño grupo de gente de mediana o de mucha edad, y además su condición geográfica no era favorable: El poblado había sido improvisado en un páramo desierto, frío e inhóspito del norte asiático.

 El origen de estos pobladores era en su mayoría asiático, aunque había algunos extranjeros, que habían logrado escapar de reiteradas invasiones a sus pueblos natales.

 Un día llego un mendigo que comenzó a pedir comida a los transeúntes, pero todos los pueblerinos lo rechazaron:

- ¡Ve y pide en otro pueblo, asqueroso mendigo!, en este lugar somos todos casi tan pobres como tu-Decía un oficial de policía mientras revoleaba de lado a lado su amenazante macana.

 El mendigo, impasible y haciendo caso omiso de las advertencias, siguió pidiendo comida; Llegó la noche y este cambió su pedido: ahora rogaba hospitalidad en algún hogar para poder dormir. Pero la gente le respondía con un portazo, solo uno reemplazó el portazo por una buena tunda de palazos. El remitente de esta tunda era el más rico en ese pueblo de pobres: El Comisario Kiegek. 

Al otro día, el comisario Kiegek llamó al Consejo de Los Siete, que eran quienes, junto con él,  tomaban las decisiones en ese lugar. Kiegek era el Principal de este consejo, luego estaba el sacerdote Raïjk (que era pobre pero muy culto, ya que había leído todos los libros de la biblioteca de su parroquia). Estaba el Sr. Von Ludwig (que era un holandés pobre con aspiraciones de rico), estaba el Sr. Lord John Jefferson Thomas  (el término “Lord” era por su origen inglés), también el Sr. Naporiti, que era el sastre del pueblo, la esposa del señor Naporiti (jefa del “club de chismes” local) y Najtäkmet. Este último era un campesino, completamente analfabeto, y los demás lo usaban para los trabajos sucios, y cuando hablo de sucios, habló de situaciones tan maquiavélicas que el mismísimo Maquiavelo se hubiese derrumbado en llanto al escuchar estas historias.

Luego de una suntuosa comida, el comisario Kiegek abordó con rapidez el tema que lo había llevado a llamar al Consejo: El Mendigo. Decidió comenzar con una pregunta concisa y directa:

-¿Qué deberíamos hacer con el Mendigo que llegó ayer al pueblo?-

Los aludidos se quedaron el silencio, hasta que el señor Naporiti decidió comenzar el debate con el siguiente comentario:

-Opino que semejante escoria debe ser eliminada de nuestro pueblo, y además ¿por qué habríamos de darle hospitalidad? Estamos en iguales condiciones, ¿acaso otros pueblos nos acogerían con los brazos abiertos? ¡Por supuesto que no!

- Es verdad, comparto su opinión, señor Naporiti, y agrego que esto en Inglaterra, tierra de verde pasto y riquezas interminables, no ha ocurrido nunca.- Dijo El Sr. Jefferson Thomas.

-Por supuesto, en Holanda nadie debe mendigar, todos tienen suficiente dinero para vivir el resto de sus vidas sin trabajar…-Agregó Von Ludwig.

-¡Oh! ¡Dios Mío, Misericordia! ¡Nuestro pueblo ya sufrió demasiado como para soportar esto! ¿Un Mendigo pidiendo comida en el pueblo más pobre del mundo? ¿Acaso las fructíferas tierras de Bizancio, o las tierras Mediterráneas de España, de Mar y verbena, no pueden darle nada a este sucio mendigo? ¡Oh! ¡¡¡¡La Señora Naüquiemejk lo ha escuchado a este mendigo hablar en una extraña lengua de mil sonidos, nunca antes escuchada, que logra erizarte los vellos de la nuca, y helar tu sangre de tanto terror!!!!

Al escuchar esto, el Señor Raïjk, que hasta el momento había escuchado con desdén toda la charla, decidió intervenir, preparó su rosto poniendo un gesto serio y oscuro y exclamó con expresión de sabiduría:

-Señores, creo entender a la perfección este problema, Sra. Naporiti, por favor, ¿puede contar otra vez lo que observó su vecina?

¡Ssisisisisi, por supuesto Señor Raïjk!-Contestó la esposa del sastre- Como había dicho antes, la Señora Naüjquiemejk había ido a su granja a buscar unos huevos para cocinar, y cuando estaba por entrar, escuchó una voz humana hablando en un idioma desconocido,  completamente endemoniado, y debo pedirles perdón por haber olvidado contar esto: luego, la Señora Naüjquiemejk, presa del miedo, vio salir una cabra de su granja. ¡y bien sabemos que en nuestra tierra árida y pobre no hay cabras!...Además, siempre con esa horrenda capucha, ¿alguien ha podido observar su rostro alguna vez?

Todos los presentes negaron con vehemencia. El resultado de ese comentario fue increíblemente rápido: Los que habían estado escuchando taparon su boca con horror, hasta el mismísimo comisario Kiegek sintió miedo, y vio a su arma como un objeto inútil contra un enemigo tan poderoso, Una lengua de mil sonidos endemoniados, y un Mendigo transformado en cabra. Eso solo podía ser obra de….

-Señores, Estamos ante la presencia del Diablo, es todo, parecía que por voluntad de Dios, nuestro pueblo debía sufrir pero mantenerse unido, pero hete aquí la prueba de que esto no es obra de Dios…- El señor Raïjk dijo esto temblando, y a continuación comenzó a rezar en latín…

El comisario Kiegek se levantó de la mesa, y gritó:

- ¡Mañana mismo enjuiciaremos a ese Mendigo, cueste lo que cueste, y nuestro pueblo se liberará del Mal!-

Y a continuación, le explicó al ignorante Najtäkmet todo lo que habían estado hablando, y que debía ir a buscar con prisa a ese Mendigo y tenderle una trampa para que vaya donde Kiegek lo iba a estar esperando, además, el propio Mendigo debía construir su propia horca, según las tradiciones de ese pueblo.

Najtäkmet comenzó a caminar por la calle Y de repente lo vio. El Mendigo pedía comida a un artesano, Najtäkmet se le acercó y le dijo:

-El Comisario Kiegek ha escuchado vuestro pedido, el, como hombre piadoso y de buena fe, ha decidido darle casa y comida. Le ruego que me acompañe.

El mendigo comenzó a hablar en esa lengua endemoniada y a seguir a Najtäkmet. Cuando llegó a la casa del comisario Kiegek, se encontró rodeado del Consejo de Los Siete, quienes comenzaron a azotarlo, mientras el Señor Raïjk leía los salmos del antiguo testamento. Luego, mientras el Mendigo gemía de dolor, e imploraba piedad, comenzaron a discutir cuándo iban a ejecutarlo; Finalmente, decidieron que muera ese mismo día

Le dieron al Mendigo 5 horas para construir su propia horca. Increíblemente, el mendigo se desarrolló con desenvoltura en la carpintería y terminó la horca en tres horas.

El Comisario Kiegek llamó a todo el pueblo a la plaza Central, cuando ya el último habitante estaba presente en esa plaza, Kiegek comenzó a hablar:

-Señores, estamos frente a un hijo del Diablo. Él es culpable de nuestras desgracias, de nuestra pobreza. Se lo ha escuchado hablar en una lengua endemoniada, y además se lo ha visto convertirse en una cabra, signo de su increíble maldad y su terrible poder. ¿Cuál es la opinión de ustedes, humildes pobladores?

-¡Debe morir el muy maldito!-Dijo una señora rubia abrazando a su pequeño hijo.

-¡Siiiiii, y que sufra!-Dijo un anciano encorvado mirando al Mendigo con desprecio,

-¡Que quede su cadáver pudriéndose en esta plaza!-Dijo un niño. Y todos comenzaron a vitorearlo.

Para el Comisario Kiegek esto fue suficiente, ordenó a Najtäkmet que pateara la silla donde estaba parado el Mendigo, y este cayó y comenzó a asfixiarse. Entre gemidos ahogados, pudo llegar a decir la siguiente frase:

-¡Padre, ten piedad de este pueblo empobrecido, tantas guerras, tanta hambre, los ha vuelto locos!

La capucha del Mendigo resbaló y entonces por primera vez se vio su rostro, el de un joven, de pelo largo y castaño, con una barba del mismo color. Su rostro no mostraba otra cosa que bondad, y no había nada de maligno en su mirada. Pero nadie prestó atención, sino que el pueblo entero comenzó a cuchichear en voz baja:

-¿Has escuchado esa lengua endemoniada?- dijo el señor Naporiti a su esposa.

-Sí, lo he oído. Es terrible, esa voz me hizo temblar del horror-Contestó la aludida, con lágrimas en sus ojos.

Y a continuación, un campesino gritó:

-¡Viva el Comisario Kiegek, que nos ha librado de la desgracia!

Y la gente comenzó a vitorearlo, todos menos el señor Raïjk, que se había quedado en silencio, con una expresión de terror en su rostro.

Kiegek lo observó e inmediatamente ordenó silencio. Cuando el ruido quedó reducido al del zumbido de las moscas, el comisario preguntó al señor Raïjk:

-¿Cómo es que no vitoreas mi nombre? ¿Acaso no te has dado cuenta que gracias a mi inteligente intuición, he salvado a mi pueblo de muchas desgracias futuras?

El señor Raïjk lo miró un largo rato, y decidió contestar, pero cuando lo hizo, lo hizo con una voz apagada:

-Ese idioma supuestamente endemoniado, en verdad es la lengua hebrea, la lengua de los judíos, los más devotos creyentes de Dios. Y este supuesto Mendigo, no creo que sea realmente lo que aparenta ser.

-¿Qué estás queriendo decir? ¿Qué hemos tenido al mesías en nuestro pueblo y lo hemos ahorcado?- inquirió el comisario.

-Bueno, esa es mi sospecha.-contestó Raïjk.

-Pero, pero….¿y la cabra?- Kiegek temblaba de miedo mientras hacía esta pregunta.

-Bueno, supongamos que Dios escuchó nuestras plegarias, que realmente se haya dado cuenta de Nuestro constante sufrimiento. Porque el todo lo ve, habrá visto nuestra tierra árida y pobre, que apenas nos da comida; Y supongamos que haya decidido terminar con los errores de la humanidad. Nosotros, sobrevivientes de muchas guerras distintas, unidos por el hambre y la desgracia podríamos haber empezado a predicar el ejemplo de una comunidad bondadosa, que reparte lo poco que tiene con quien tenga menos que nosotros, y que además ofrezcamos hospitalidad a cualquier Mendigo que un día pase por nuestro pueblo…

-¿Estás queriendo decir que nosotros fuimos los elegidos para comenzar a cambiar el mundo? ¿Y que ese Mendigo andrajoso en verdad era un rey, el rey de los judíos, el hijo de Dios Todopoderoso?- Kiegek comenzó a reír. Algunos lo Imitaron, Pero Raïjk continuó serio.

-No creo que sea motivo para reír, hemos sido estúpidos Kiegek, si quiere créeme, si no quieres no. Pero ¿Te crees  seguro con tu arrogancia?  ¿Piensas que puedes llevarte todo por delante? Creo que estas muy equivocado. Nada te salvará del Infierno Tú no lo sabes, pero "un rey puede disfrazarse de Mendigo, nunca un Mendigo de rey"*. Un rey verdadero conoce cada rincón de su pueblo, sabe como visten los Mendigos, como hablan, saben todos lo que ocurre en su reinado. Y hete aquí el más legítimo de todos los reyes…Señores, hemos matado de vuelta al hijo de Dios.

-¡Maldición! Raïjk, has enloquecido, no me quedará otra opción que condenarte a ti también, no puedo permitir que siembres el pánico en mi pueblo.- Dijo Kiegek con odio.          

-¿Tu Pueblo? ¡Ja! ¿A esto llamas pueblo? Mátame, de todos modos, no creo que Dios vaya a castigarnos más…

Kiegek quedó en silencio y temblando como un niño preguntó:

-¿Como que no van a castigarnos más?

Raïjk tomó aire y con cara de cansancio respondió:

-Kiegek, Somos un montón de gente condenada al hambre, nuestra tierra no nos da comida, no nos entendemos entre nosotros, no amamos al prójimo. ¿Qué más nos podrá suceder? Moriremos de hambre, no hará falta ningún Infierno…Sólo espero morir rápido… Te recomiendo que desees lo mismo, "comisario"…

*Esta frase no pertenece a mi autoria.

Gracias por aclarar mis dudas, Negra Rodriguez :D