Franklin Sandi

Señorita del atardecer

Era una paloma enclaustrada en su convento

solo una aceituna nueva, deshojada

sobre la piel de las sábanas blancas.

 

Mientras bajaba brillaban en sus ojos

las bocas de mis ojos

presentía el silencio dormido de mis sueños

entibiaba el sonido del viento en los aleros

le mordían los días con apuro

y en sus ojos fui encontrándome interesante.

 

Se encendía la aurora dormitada en su pecho

y sonreía callada, no le importaba

si volaba al otoño o si anclaba en sus muslos

mis pasos de marinero naufrago

solo esperaba explayada las olas de aquel encuentro

y se hacía playa de arena pocas veces pisada.

 

Evanescente de pronto entre aquellos ojos

encantados, pairaba un barco de luz

atardecido y  solo y trashumaba

sus últimos latidos en la almohada

quizás por siempre no sé, como diría Vallejo.