ivan rueda

POÉTICO

 

El primer síntoma

fue mi propensión a los paseos

por los laberintos melancólicos

de los espejismos inconcretos.

Luego vino mi inclinación

a ciertos desagües de los cielos,

a la plenipotencia del sol

vestal y pluscuamperfecto,

a la trifulca de la luz con las palabras

y a las grutas insondables del silencio.

Sufrí, también sufrí, las fiebres del amor

yo, que soy tan torpe de pecho,

sentí sonar su violín en mis venas

y me abrió el corazón de norte a sur

hacia el este de mis penas,

probé el hierro de sus fraguas,

su falcata en la nuez de mi cuello

por lo que llevo cicatrices en el alma

de una flor convicta en mi degüello.

Fui arrojado a la hoguera del poema

por razones de azufres en mis huesos,

fue entonces cuando se puso mi anatema

de un azulísimo Darío,

rojo en lo más Hernández de su pecho,

enfermo de verde Lorca

Y alexandrino en la carne de sus versos.

Tuve sed de salvaje abecedario,

desayuné coágulos de letras

y cabalgué en potro onírico

por la locura imantada al planeta.

Antepongo, por lo tanto, el soliloquio del borracho

al discurso planificado del esteta,

el infierno ineludible del fracaso

al paraíso del que hablan los profetas.

Para alcanzar la transubstanciación querúbica

probé la profilaxis del éter,

frotación de ortiga en carne viva,

luxación y esguince en cada sueño

pero todo fue  inútil,

absurdo como rociar perfume por el puerco.

Fui juzgado, ¡ oh, sí, fui juzgado

por tribunales de perifollantes gallos !

que me acusaron de amantarme en suburbios,

de atacar a las nubes con mis piedras,

de asaltar los besos con trabucos,

y de tañir la guitarra sin las cuerdas.

Ellos, ¡ tan kikiriquís en sus picos

Y tan comedores de estiércol !

Ahora, tras mi trayecto de púas

entre tormenta y tormento,

tras mi pelea con la cara oculta de la luna,

tras mi combate a vida con el viento,

a punto de recibir la extremaunción de la  lluvia,

no, no me hallo todavía muerto,

tan sólo entubado a una metáfora

y, por lo tanto, clínicamente poético.