Isaac Amenemope

EL VENDEDOR DE FORMULAS (cap: 1) -Relato-

Versany, el joven ignoto, sabía más de lagos perdidos que de pensamientos reaccionarios, porque al pescar contaba con apasionados peces sedientos de oxígeno alveolar, y porque al verlos vivos en su mimético sedal calibraba entre una impresión reservada de asombro el tamaño de la fuerza. De qué le servían así sus instantáneas inmersiones a las más asoleadas crestas, si el lance de la vida se disolvía en sus dedos, dejando la fría profundidad de los deshielos tiernos.

 Volvía después de todo, cambiando como lo hacen las colosales fuentes de pesados níveos, hasta su cotidiano estancamiento en medio de la gente que él consideraba extraordinaria, y que siempre podía ver, lo mismo que un niño “angurrioso” de una locura que supo hasta el término de una ingenuidad dudosa a tan pequeño mundo.

 Fue siendo reducido rápidamente a cosas que él mismo ignoraba, en una vertiginosa idea de la fraternidad, mientras eso le daba valor, un valor justo a su adolescente conocimiento, pero incierto en tanto le conducía hacia un presente difuso rodeado en lo absoluto… Lo que se decía de Dios entre nosotros, era insignificante delante de la generosa fogata planeada para el vigor de su pecho.

 Lloraba también, porque tarde había aprendido a hacerlo, y haciéndolo se refugiaba detrás de una vergüenza noble, como suelen hacer algunos adolescentes. Expelía su ánimo a través de las montañas, cuando escapaba al paraíso que gustaba visitar, y pecaba orándolo, desde los enormes desprendimientos a que acudía impulsado por una soledad apilada en forma de sucesos volátiles casi todos. Era de los que había aprendido a sentir una atracción desconectada por lo que él veía y aseguraba pueril… Para equilibrar su precipitada vida viajaba con el narrador hasta las grandes cuencas desglaciadas, donde acampábamos durante días y semanas enteras en las riberas de lagunas, sacando lombrices “chondonguas” de la tierra para colocar la punta ardiente de sus ojos quemando el cebo, quemando el leño.

 Gritó muchas veces a la felicidad más vulnerable, lo hizo frente a mí de una manera que nunca vi en ningún adulto integral. Era exacto el hecho de que tendía a dejar infinidad de cuestiones, tanto importantes como vagas, mucho más pronto de lo que cientos aguardaban, por eso lo logró, ante la impotencia humana de algunos de sus guardianes dormidos: Desapareció ahogado en el agua salvaje de su tierra, sin que yo estuviera allí en ese momento para ayudarle… Con este relato pretendo ofrecerle un mundo normal a su “incondición” pura. Pretendo con esto ayudar a mi propio viajero íntimo a burlar seriamente las leyes programadas.

 

 

Continuará…

 

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