Amada mía:
Como ya es costumbre el día no comienza, hasta que puedo verte, el sol solo brilla si tu sonríes y no puedo respirar hasta que no me veo en tus ojos.
Bambina, quiero llenar tus amaneceres de besos, tu camino de flores, tus noches de estrellas, envuelta en mis caricias y tu vida de este amor que se desborda por ti, que aprisiona mi corazón, que atenaza mi garganta, y que duele ante la imposibilidad de ser gritado al mundo.
Anoche como cosa extraña y lo sabes bien, logré dormir un poco y tuve uno de los más maravillosos sueños que puedo recordar. Te soñé mía, te soñé amándome. Te soñé feliz en mis brazos, sin obstáculos, sin recuerdos, en un mundo solo nuestro y por esa razón, perfecto. Me soñé acariciando tu cuerpo con una delicadeza de la que no me creo capaz, pero siendo tu piel, no podría ser de otra manera. Es una sensación que de solo imaginarla, me emociona hasta arrancar lágrimas de mis ojos. Me soñé apagando la sed de mis labios, en los tuyos. Despertando tus sentidos con mis besos, reclamando cada rincón de tu cuerpo como mío, y saciando este deseo en la consumación final de la posesión absoluta al hacerte completamente mía.
Bambina, en el fondo de tu alma sabes que lo que vives es una mentira, sabes que me perteneces, que siempre me has pertenecido, y no voy a renunciar a la esperanza de que despiertes.
Seguramente mientras escribo estas líneas, tú estas dormida y aunque daría la mitad de mi vida por ser el guardián de tus noches, es a otro a quien has dado ese derecho. Pero aún así, y desde donde quiera que esté, estoy pendiente de tus sueños. Y seguiré esperando el día y en que sean tus propios labios los que me proclamen como tu único dueño.