Luisa Arias Soto

Los Mil Rostros y El Manicomio de Testigo

Los mil rostros no dejan que el instinto se prepare, luche y no caiga de manera absurda. Ellos confunden, son abrumadores y se mezclan entre los cortes de mi piel que con navajas trato de quitar.


Tú formas parte de esos rostros de los cuales ya no distingo nada en el espejo donde te intente buscar, tú robaste un poco mi perspectiva para quedarte con ella.


Como una loca pensante me dedico a vivir entre paredes, con plumas de colores que he tomado prestadas de mi sangre para dibujar entre las sombras y dar vida a lo que no la tiene y aunque los rostros me persiguen he decidido dejar de pensar en ellos,  guardarlos en un baúl donde pueda perder la llave.


Son mil rostros de recuerdos inútiles, los que me condenan estar en esta prisión de hombrecillos blancos que me persiguen para tumbarme y con amarras tranquilizar  mis ansias, me clavan sus aguijones con sedantes para evitar que los busque entre mi piel, que golpee las cosas alrededor de mí, porque ustedes me fastidian.


Nadie comprende el porqué de mi silencio,  cada vez que les hablaba me desterraban en el último cuarto, el único con espuma de esta casa, la espuma de mi perdición.


Las drogas no funcionan, escuche un día. Las cicatrices y la palidez hacían que no me reconociera entre la gente, creo que los recuerdos ya no me persiguen y sin embargo, en mi cabeza siguen conectando una especie de anguilas eléctricas lo que me producen entrar en un trance, ya casi no los veo, ni los escucho, mi realidad se resume en mi ayer… “Falleció la paciente del cuarto 3”, fue lo último que logre percibir, ahora vago con los mil rostros de compañía y tu presencia de testigo.