Carlos Fernando

Unos ojos de niña, traviesa

 

Unos ojos de niña,

traviesa,

curiosa,

jovial,

me miran sin verme de verdad,

pero me hablan

a través

de su figura virtual,

y me dicen:

soy así,

sin importar la edad

que tenga el

rostro.

Además si miras bien,

la sonrisa que se esboza en la faz

nos combina plenamente,

nos va a la par.

Es curioso lo que puede

el alma tocar sin que las manos

palpen en volumen.

Y lo que los oídos del espíritu

asimila por una sonrisa llana y simple,

transmitida a las pupilas

y al iris de unos ojos

que te miran en la distancia

sin verte de verdad.

Pero, calla

hay una voz que se expresa

en signos tipográficos

y dice las palabras

que no se pueden oír por la distancia.

Y me informan quién eres,

al menos en tu expresión ideal,

sin miedos,

sin las cortapisas obligadas

y prácticamente forzosas y forzadas

por la maldad extendida

en todas sus horribles formas

y amargos sabores y

tenebrosos colores,

como se ha extendido

sobre la tierra en los más recientes

milenios de su historia.

Me dices, amiga,

niña,

traviesa,

curiosa,

jovial,

que tienes el alma

del color de la luz blanca,

que ahora tamizada por el prisma

de tus palabras muestra

sus matices de arco iris,

del que se mira la parábola

sin saber con precisión

de donde asciende

y a dónde toca tierra.

Espero llegar a conocerte un día,

y conversar contigo en una nube,

lejos del riesgo

de ser tocados por lo maligno

y el sufrimiento inútil.

Conversar del infinito cosmos,

y de las nubes de partículas ionizadas

subatómicas que viajan distancias insondables

a una velocidad que supera

los trescientos mil kilómetros por segundo,

y que le cuentan a los científicos

los secretos del cielo conocido.

Conversar amiga,

como lo habríamos hecho cualquier tarde,

conservando los cinco años de edad,

que alguna vez tuvimos ambos,

y que nos brota a la cara

de cuando en cuando,

ante la menor provocación de asombro

por las cosas fascinantes de la vida.