Arturo Villada Vidal

Mujer de Quevedo.

Curiosamente me despertaste una simpática y concreta necesidad,

un peculiar impulso de dibujar letras y ordenar palabras

para sentir la sangre menos densa y mas oxigenada

con el azul y el blanco del cielo y las nubes.

 

He caminado por los sendas de concreto,

con el sol y la lluvia espontanea,

el viento de esta sabana ajena que golpea en la urbe,

en su cascara de ladrillos, rejas, puertas y ventanas.

 

He caminado entre la gente que también pesa

sobre este extenso e intrincado tendido de andenes

y estados de animo, de humores cambiantes,

de mundos plasmados en los muros,

Y de sangre, nicotina y cocaína que abundan 

en el asfalto frío, ese que también pesa bastante

sobre la tierra que hay debajo, y que existió primero

que los malos gobiernos cuyas trincheras de cuero y mármol

se ubican en las edificaciones mas altas y mas pesadas.

 

He caminado entre el trajín , la música variable

como las nubes que nos circundan.

 

He plantado mis pasos en el trazado guiado por las montañas

y he admirado todas las luces que las tapizan en las noches.

 

Y te conocí una noche de esas que se disfrazan

con el traje sutil de la cotidianidad.

 

Te esperé mientras duró el tiempo en que pensaba

como convertir cada año de un siglo en un segundo,

y justo cuando pasó el minuto y medio de aquel proceso,

apareciste con tus pies sobre aquel ambiente preciso

que dibujabas a tu paso,

y que acentuabas con ese azul único que rodea tu pupila nocturna.

 

En ese momento la cotidianidad se esfumo como la niebla ante el sol:

el tono que le diste a la noche era totalmente desconocido para mi

hasta ese momento.

 

Luego de un saludo algo nervioso, tomamos ese callejón

que nos quedaba diagonal hacia la izquierda desde la pileta,

mirando justa al norte. Ese callejón que lo transporta a uno

en el tiempo de vez en cuando.

 

Y conversamos.

 

Nos miramos los segmentos de la piel

que llevamos impregnados de arte y tinta.

 

Nos reímos, leímos un poco y sin saberlo

empezamos a edificar algo nuevo, algo que no se parece

a nada concreto, a ningún concepto de los que uno tiene

cuando habla o piensa en conocer a alguien.

 

Tal vez nuestro espontaneo y mutuo oráculo,

hace muchos años,

me dijo que tu eras la mujer de mi vida,

y tal vez pudo predecir que tan amenos

fueron nuestros encuentros,

así,

tan simples como han sido,

tan cargados del perfume de la historia

que emana desde la tierra que hay debajo

de este cascaron de asfalto.

 

Lo mas seguro es que todas esas predicciones

de nuestro oráculo

iban mas enfocadas a eso de hablarnos,

de entendernos y escucharnos atentos y cómodos.

 

Lo mas seguro es que tal vez seamos dos personas

de esas que parecen leerse mutuamente

casi a la perfección.