MariaCarolina

La evidencia de los años

La evidencia de los años
Sobre la virgen arena mañanera de la playa se va dibujando la estampa de cada turista que apoya su pie sobre ella. Sobre el mantel, el vaso ha plasmado la marca de su paso. Sobre la pizarra, la tiza, su impresión. Y sobre nuestro cuerpo, los años van dejando sus rastros. Rastros que evidencian cada experiencia, huellas del camino que divulgan el andar, impresiones que comprueban los aprendizajes, y marcas que se llevan por siempre.
A estos rastros, a estas huellas, a estas marcas, se le ha llamado “arrugas”, palabra que aterroriza, porque pareciera relacionárseles con el fin de la vida, cuando lo cierto es que demuestran lo que es una verdadera vida. Ellas sólo recuerdan cuánto  se ha vivido, por cuánto se ha pasado para estar dónde se está, para sentir lo que se siente, para ser lo que se es, y para pensar lo que se piensa.
Quienes se traumatizan por  su llegada, lo hacen por creer no haber vivido o aprendido lo suficiente para demostrar los años: el problema de tener arrugas es que con el paso de los años, se tiene prohibido equivocarse,  y a medida que más huellas invaden el rostro, los errores se hacen de los más vituperables.
El miedo y los reproches ocurren porque se ignora que debajo de cada huella siempre habrá una playa esperando por ser nuevamente marcada, o una pizarra, por ser rayada; y un mantel, por ser manchado. Se olvida que debajo de cada arruga, todavía hay una piel tersa esperando una nueva experiencia, un nuevo aprendizaje, o un diferente camino.
¿Acaso la arena de la playa deja de ser arena después de que cinco mil turistas han plasmado su huella; o la pizarra cambia luego de que se escribe una y otra vez sobre ella; y el mantel marcado por la vajilla, ya no es mantel?
Aún después de los vestigios de los años seguimos siendo los niños que duermen abrazados a un peluche, que lloran cuando los despiertan, que ríen por cosquillas, seguimos ahí. ¿O por qué se dice que a medida que uno envejece se regresa a la infancia? Es porque en medio de tantas huellas parece haberse abierto un nuevo camino, el de retorno a casa, el de regreso a lo que se era. Como amanece la playa, sin huellas de transeúntes; como se encuentra la pizarra a principio de clase, o como el mantel que acaba de colocarse.