Diaz Valero Alejandro José

Agustin Alberto (Prosa)

Fue en la década de los ochenta cuando entramos en contacto por vez primera. Yo, el oficinista de Costos recién trasladado a la Gerencia de Planta, con un mundo de sueños y expectativas que se perdían de vista. Tú, el obrero de limpieza que entregabas tus energías en mantener limpia el área 32, la cual te habían asignado. Ambos con algo  más de veinte años de edad, cuya única misión era trabajar y crecer en una empresa que nos daba la oportunidad de hacerlo.  Fue la viejita Pompilia quién nos presentó; fueron sus imaginarias y reiteradas reflexiones filosóficas las que daban apertura al diálogo matinal casi de manera obligatoria.

Siempre vi en ti esa serenidad del que piensa y reflexiona, el hombre que con hambre de aprendizaje se acercaba a todo aquel que pudiera prodigarle alguna enseñanza, porque estabas ansioso  de aprender y eso te obligaba a inventar parlamentos y personajes que dieran algún sustento a tus conversaciones, Pompilia fue una de ellas. Con ella nació nuestra amistad.

 En esos tiempos, ya yo escribía y publicaba mis primeros versos; una vez hasta te hice un homenaje cuando publiqué aquel poema titulado “Al filósofo del área 32”,  todos en la empresa, al leerlo supieron que me refería a ti, tal vez porque llevaban el alma salpicada de esas reflexiones filosóficas que dejabas en cada oficina por donde ibas haciendo tus labores de limpieza.

Agustín Alberto, ese es tu nombre, aunque todos te conocíamos como Alberto, que era el nombre con el cual te presentaste ante todos nosotros. Nunca supe porque ocultaste tu primer nombre, cuando era ese nombre, quien mejor te representa; pues San Agustín era un ferviente predicador que cumplía su misión con mucho fervor, quién con el ejemplo de su accionar en la vida, y con su palabra, tanto escrita como a través de sus sermones, supo ganarse el respeto todos y dejó sembrada su obra en aquella Hipona del siglo IV. Quizás por esa razón es que cuando descubrí tu verdadero nombre me parcialicé por llamarte Agustín Alberto, para que le hicieras honor a tu nombre, el cual dignamente representas.

Hoy quise escribir estas líneas intentando promover en ti esa manera de decir y hacer las cosas, es sólo un intento de querer rescatar esa sabiduría empírica que los pueblos desarrollan y que lamentablemente dejan perecer en el olvido por falta de documentación. Esa simplemente ha sido mi intención… Sabrá Dios si llega a cumplirse. Mientras tanto, yo seguiré con mis versos, pintando realidades y forjando sueños, llevando como compañeras inseparables a la métrica y a la rima que siempre han sabido nutrirme el alma.

Sé,  que esperas mi escrito, estarás ansioso abriendo la ventana electrónica para bañarte de esa luz que tú mismo has producido, pues este sencillo escrito no es más que el pálido reflejo del inmenso haz de luz con que tu personalidad se proyecta en tu propio entorno.

Tranquilo hermano, vamos por la misma senda, caminando en lo misma dirección, cada uno a su manera, con su propio estilo; pero con el mismo corazón. ¡Ese ha sido nuestro secreto!

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