FIDEL HERNANDEZ

El tiempo se detuvo en Capadocia…

Paisajes de otros tiempos,

de otros lugares, por la lluvia y el viento

creados, moldeados…

con esa paciencia de quien se sabe eterno.

Pináculos coronados,

paisajes fálicos de tierra fecundada

por soles y por pobrezas…

saetas que al cielo apuntan,

monumentos de toba blanca,

con sikkes de basalto

como derviches congelados

en un tiempo del pasado…

 

… El silencio invade el paisaje…

Sólo unos rezos recorren el aire

día tras día, antes del alba,

antes de que caiga la tarde;

rezos llenos de armonía;

rezos que recuerdan que Alá es grande;

rezos que son ruegos que se elevan

hasta ese cielo infinito que protege

la debilidad de las almas,

la fragilidad de los cuerpos, plácidamente…

 

Capadocia,

tierra de vastos territorios,

donde el espíritu se inflama,

donde se vacían los sentimientos,

donde la nada es el todo

y el todo es la nada,

donde el amplio horizonte

es telón de perpetuas nieves

cobijando sueños,

protegiendo seres,

desde antes de los tiempos,

desde siempre…

 

Sueños que perforan rocas,

sueños que excavan el suelo,

ciudades laberínticas

en el camino hacia el averno.

Samazanes en sagrada oración,

monjes que todo lo dan,

que nada tienen,

la mortaja va con ellos,

el féretro es su cuerpo…

Sueños que giran y giran,

giran, giran, giran…,

no cesan de girar;

son sueños de sueños;

mas con un sueño

mucho más allá

de los sueños…

 

… Sueños de humanos,

sueños de hadas,

sueños compartidos como enamorados,

sueños de hadas castigadas

convertidas en palomas,

sueños de rocas de formas caprichosas,

sueños de soledades

en colinas hechas moradas;

sueños de vastos parajes

con un corazón de desierto,

con la sangre verde de valles,

y un dorado cuerpo de riscos

en el crepúsculo de la tarde.

 

Capadocia,

        tierra inigualable…