Armando G.

Mujeres pidiendo libertad

Al ver este video de la policia contra cuatro mujeres en el que se denomina el pais mas libre del mundo sólo me queda recurrir a las palabras del más universal de los cubanos, José Martí, el que murió de cara al sol por la libertad de Cuba. 

 

Ese impulso nos arrastra; nos pone en pie, como si viviéramos aún, devuelve a nuestros labios la palabra, cansada ya de torneos pueriles: ¿qué somos nosotros más que lo que nos decía esta noche un anciano respetable, qué somos nosotros más que “mártires vivos”? Vivimos entre sombras, y la patria que nos martiriza, nos sostiene. Con las manos tendidas, con la señal del cuchillo en la garganta, con los vestidos sirviendo de últimos manteles a los ladrones, comida hasta la rodilla-¡hasta la rodilla no más!-de gusanos, la imagen de la patria siempre está junto a nosotros, sentada a nuestra mesa de trabajar, a nuestra mesa de comer, a nuestra almohada. Desecharla es en vano; ni ¿quién quiere desecharla? Sus ojos, como los ojos de un muerto querido, nos siguen por todas partes, nos animan cuando estamos honrándola con nuestros actos, nos detienen cuando nos sentimos tentados a alguna villanía, nos hielan cuando pensamos en abandonarla. ¡Cierra los ojos y parece que se cierra la vida! Queremos ir por donde nos manda el interés, y no podemos ir sino por donde nos manda la patria. Cuando el sol brilla para todos, menos para nosotros; cuando la nieve alegra a todos, menos a nosotros; cuando para todos menos para nosotros, tiene la naturaleza cambios y fragancia,-un aire sutil viene por sobre el mar, cargado de gemidos, a hablarnos de dolores que todavía no han logrado consuelo, de vivos que desaparecen en el misterio, de derechos mutilados, más tristes de ver que los mismos hombres muertos. El alma no duerme, ni sabe del día: ásperos, y como soldados sin armas, salen de la mente, llenos de vergüenza, los pensamientos. ¿Qué importa el sol? ¿qué importa la nieve? ¿qué importa la vida? La patria nos persigue, con las manos suplicantes: su dolor interrumpe el trabajo, enfría la sonrisa, prohíbe el beso de amor, como si no se tuviese derecho a él lejos de la patria: una mortal tristeza y un estado de cólera constante turban las mismas sagradas relaciones de familia: ¡ni los hijos dan todo su aroma! Aturdidos, confusos, impotentes, los que viven lejos de la patria sólo tienen las fuerzas necesarias para servirla.
Así vivimos: ¿quién de nosotros no sabe cómo vivimos?: ¡allá, no queremos ir!: cruel como es esta vida, aquella es más cruel. ¡Nos trajo aquí la guerra, y aquí nos mantiene el aborrecimiento a la tiranía, tan arraigado en nosotros, tan esencial a nuestra naturaleza, que no podríamos arrancárnos sino con la carne viva! ¿A que hemos de ir allá, cuando no es posible vivir con decoro, ni parece aún llegada la hora de volver a morir? ¿Pues no acabáis de oír esta noche una voz elocuente que nos sacaba, recordando aquella vergüenza, las llamas a la cara? ¿A qué iríamos a Cuba? ¿A oír chasquear el látigo en espaldas de hombre, en espaldas cubanas, y no volar, aunque no haya más armas que ramas de árboles, a clavar en un tronco, por ejemplo, la mano que nos castiga? ¿Ver el consorcio repugnante de los hijos de los héroes, de los héroes mismos, empequeñecidos en la pereza, y los viciosos importados que ostentan, ante los que debieran vivir de espaldas a ellos, su prosperidad inmunda? ¿Saludar, pedir, sonreir, dar nuestra mano, ver, a la caterva que florece sobre nuestra angustia, como las mariposas negras y amarillas que nacen del estiércol de los caminos? ¿Ver un burócrata insolente que pasea su lujo, su carruaje, su dama, ante el pensador augusto que va a pie a su lado, sin tener de seguro donde buscar en su propia tierra el pan para su casa? ¿Ver en el bochorno a los ilustres, en el desamparo a los honrados, en complicidades vergonzosas al talento, en compañía impura a las mujeres, sin los frutos de su suelo al campesino, que tiene que ceder al soldado que mañana lo ha de perseguir, hasta el cultivo de sus propias cañas? ¿Ver a un pueblo entero, a nuestro pueblo, en quien el juicio llega hoy a donde llegó ayer el valor, deshonrarse con la cobardía o el disimulo? Puñal es poco para decir lo que eso duele. ¡Ir, a tanta vergüenza! Otros pueden: ¡nosotros no podemos!

           José Martí (10 de octubre de 1887)