Alejandro, cuando bebo yo me pierdo,
esa amnesia por resaca la lamento,
así que como de nada me acuerdo,
te ruego que me eches el cuento.
Llegamos muy circunspectos
aquella tarde en el bar
para iniciarnos discretos
en el gran arte de libar.
¿Íbamos a libar? Qué coincidencia,
creo que es lo mismo después de todo,
yo creí que era una competencia
por ver quién empinaba mejor el codo.
Recuerdo en forma certera
que más doblado que un tríptico
sufrimos aquella borrachera
con todos sus efectos etílicos.
No me hables de efectos hermano
que mi cuerpo hoy no descansa.
mira cómo tiembla aún mi mano
de tanto alcohol que metí en mi panza.
Te vi muy acaramelado
con una elegante dama…
doncella que tenías a tu lado
que conocía de tus versos y tu fama.
Siempre entre sus enojos
me han dicho ellas impacientes,
Álvaro abre mejor los ojos
o si no, cámbiate esos lentes.
No sé si fueron los tragos,
los de ron o los de vino,
los que hicieron los estragos
en tu vista y tus sentidos.
Ah ¿era ron? Pero yo no sabía…
con razón esta resaca no se quita,
es que cada trago yo me lo bebía
como si se tratara de agua bendita.
Yo te ví con mucha euforia
cuando en alcohol debutaste
por eso guardo la historia
de aquel famoso desastre.
Eso para mí fue debut y despedida,
aunque bebimos por una causa noble,
pero ahora creo que me pasaré la vida
tirado en una acera y viendo doble.
De aquella primera borrachera
queda la vivencia poco grata
que perdiste la billetera,
la camisa y la corbata.
Recuerdo bien que esa ingrata,
en una expresión de antología,
me dijo que justo esa corbata
era lo mejor que yo tenía.
Y así termina la anecdótica reseña
de dos ebrios aprendices
que fusionando versos se empeñan
en recordar esos tiempos infelices.
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