jonan eduardo

Desolado

Ayer relumbrabas la noche de perdón;
tallaste su pensar con un enigma ambivalente,
en medio de una manada desorientada.


El cólera encanto  el aullido del masoquista,
agarrados del meñique falsearon la alta noche
y rasgaron el corazón del ciervo.
Cuando llovía el embriagado temor,
rasgaba ramas y mortificaba:
un amor  entre un furor,
lo superficial en lo terrenal.    
¿Un amanecer?

 

Días tras noches, relinchabas con claveles a la piadosa nube,
pasaba cálido el fulgor en sus pupilas.
Noche tras día, ladrabas sin devoción aquel curtido corazón
que cantaba en silencio el amanecer de Dios.
Un charco era un festín celestial,
el mar oculto un crespúsculo infernal.  
  ¿Un anochecer?

 

¡Solo!
¿Presencia divina?
 Entre ollas festejas “el albedrio” desolado;
tus relinchos descansa en la aleación alimentada,
los aullidos beben de si mismo vasos desolados,
soleadas ladradas aman la desolación…  

 

El ciervo hipócritamente sonríe,
y tristemente no llora.