Pachuco

El karma

El karma es la maldición de los propios hechos,

donde pagamos las conductas, que hoy vivimos

retornando en un peregrinar insatisfecho,

en reencarnaciones a lo largo de los siglos.

 

Me asombran los que afirman que nada es nuevo

y todo es repetición  cansina de lo acontecido;

que la rueda del samsara no tiene fin, sólo relevo

y que voy del nacer a la tumba, en ciclo infinito.

 

Me exigen pagar hechos, saldar antiguos timos,

revivir amores,  volver a antiguas bagatelas

lavar hechos de sangre, en los cuales fui el cuchillo,

saberme hoy varón, ayer compungida damisela.

 

Confunden así las cosas que van sucediendo,

negándoles real existencia, restándoles brillo.

Tu karma, cuenta pendiente que vas sirviendo,

que nunca saldas y que cargas como grillos.

 

Niegan que el ritual del lavado diario

exista en las mañanas de este otoño incierto;

tu cuerpo sobre el mío, el rezo del rosario,

sólo son reflejos de un pasado muerto.

 

Cada acto, espejo de intentos antiguos;

sólo reiteraciones de tiempos pasados,

de instantes vanos, de ensayos fallidos,

de cosas ya hechas, de amores gastados.

 

De nada sirve que hoy, al tender la cama,

sienta en mis manos los bordes y molduras

que como mágica prensa resaltan las sábanas

y que para mi son fuente de vasta ternura.

 

Que hoy he sufrido, que si ayer comí poco,

nada hay nuevo bajo el sol, todo retorna

todo es reiterativo, lugar común, recuerdo loco,

la originalidad: un sueño, la creación: derrota.

 

Tal vez esta angustia de no satisfacer tus deseos

sean apenas risa y llanto,  mil veces gastada,

o la pena grande que sufro cuando me dices ateo

sentimiento repetido de una vida malhadada.

 

Hablar del futuro carece de ciencia y es cosa vana.

En el pasado se agota pena, amor y esperanza.

Es por el karma que tu vida es existencia enana

y convierte tu vida y sus logros en una gran chanza.

 

Temo incluso que esta mano que miro,

antes ya haya sido juguete, arma y adorno;

que estas piernas fueran antes de simio,

chapoteando en barro, cubiertas de lodo.

 

Levanto el vaso de vino aterrorizado

al no saber quien es el que bebe,

con el pánico de repetir actos pasados

y sólo ser reflejo que ni morir puede.

 

Cuando mi sangre corra profunda y obscura

y sienta que la vida me abandona,

no tendré el descanso de la sepultura

y temo volver envuelto en más sombras.