Diaz Valero Alejandro José

El dolor de un invidente

Se levanta muy temprano el invidente

y con la luz del día que lo abraza

se va cabizbajo, pensativo  y silente

a pedir monedas en la plaza.

 

El bullicio de vehículos que frenan

y el murmullo de la gente que transita,

lo obligan a vivir de la caridad ajena

para poder buscar lo que necesita.

 

Todo el día estuvo de pie

alargando su mano con el sombrero;

en la gente buena no perdió la fe

y por ellos esperó el día entero.

 

Tenía su limosna ya recaudada

con todas las dádivas de ese día

y cuando iba a emprender su retirada

tuvo de repente una caída.

 

Un transeúnte lo ayudó a levantarse

preguntándole si algún daño había sufrido

y el cieguito sereno, sin inmutarse

le dijo; todo bien, estoy tranquilo.

 

Y cuando el samaritano se alejaba

escuchó un quejido de dolor

y volteó para ver si algo pasaba

porque fue un grito conmovedor.

 

No era hematomas lo que había sufrido

ni fracturas de muñeca ni de rodillas…

era que su limosna se había caído

y se fue rodando por la alcantarilla.