Shud

Crónica de una mujer sola

Pasaron los días y no la llamaba, ni siquiera sentía el tiempo sobre su cabeza por pensar en el momento en que pudiese hacerlo. Por esperar lo que quizá jamás pasaría. Por presenciar el acto de la soledad en primera fila. Qué función más amarga, la más amarga de su vida. Buscaba un techo, un hogar ficticio, donde sentirse segura, donde protegerse, mientras su pecho regresaba. Pero pasaron los días y no lo hacía…

“María, María, princesa...” oía; esa voz que por mucho tiempo desdeñaba pero que hoy anhelaba con locura. Pedía que regresara, que las vibrantes notas nuevamente se posaran en su oído y cerraba los ojos e imaginaba que estaba ahí, con la vieja chamarra, el perfume fino y la mirada desnuda (a través de ellos lograba ver su alma). Lo extrañaba…. Extrañaba todo lo que abjuró antes de que se marchara,  todo lo que rechazaba, se sentía perdida, perdida y peligrosa. Una mujer sola es peligrosa. Sin protección y sin linde. Sin ronzal y sin avivo. Neutral, ecuánime… sola.

Su vieja mecedora era su confidente; muda, tibia…. al compás del balanceo sus latidos, a la par de una lágrima un suspiro. Ya no podía hundirse más y él no tornaba.