SelenioE

Una rosa entre dos lunas

Los caminos tejen la vida.

Las vueltas hacen al mundo.

Y en mi mundo, tú y el recuerdo...

Cuando paso al viajar por ese sitio,

el motel que nos albergó furtivamente,

viene a mi mente toda la ternura que hubo

en el encuentro destinado entre tú y yo.

Algo tan cierto, tan mío, imborrable.

Aquella noche de dos lunas y una rosa.

 

Gafas oscuras, llegar separados

clandestinamente, pero con un mismo deseo.

Unirnos por fin para bebernos el ardor,

las ganas de estar juntos y agitar los cuerpos.

Era la primera oportunidad de hacer

poemas en las pieles y untar los fluidos,

sucitados hace tiempo por las palabras.

Palabras escritas, leídas y compartidas.

Palabras reveladoras de la cercanía

de los pensamientos y los sentires.

 

El frio de la habitación no era obstáculo

para empezar a dejar la ropa por el suelo.

Todo aquello parecía un palacio dorado.

Brindamos con alegría por la ocasión

por todas las barreras que cayeron.

Respiré de tu cuello con avidez en el abrazo.

Palmo a palmo y lento tu cuerpo luminoso

se me presentó en toda su hermosura.

Bebí el vino tinto de la copa y de tu ombligo.

De tus labios varias gotas vagaron a tus pezones

que fueron míos, lamidos con deleite.

Y luego cuatro labios vehementes cantaron

una balada lenta como de guitarra.

Tú eras mi guitarra de alabastro

o mas bien un violoncello apoyado

en tacones muy altos, color carmesí

como tus auñas largas que araban mi espalda.

 

El lecho se mecía con la marea,

con la profundidad de tu mirada enamorada.

El sudor que gozoso manaba de tu piel,

y el aire insuficiente en los jadeos.

Fuiste mia, por fin, todo estaba a favor.

Eres mia ahora, me llevas dentro.

Tu pensamiento me recibe como tu sexo recibió mi avanzada.

Me regocijé en tu pasión delirante.

Y tuve una visión de dos lunas:

tus senos preciosos. Y una rosa.

Esa que recorrió tu piel y quedó en tu pecho.

El testigo singular de aquél momento.

Momento en que fuimos uno y tocamos el cielo.

Los tacones al aire alrededor de mi cuello,

nuestras manos entrelazadas,

riendo y gritando como locos.

Y al final me diste lo mejor de tu vida:

La lágrimas que de ti brotaron.

Tus pupilas dilatadas pidiendo

que no nos separaramos nunca,

que querías junto a mí muchas noches como ésta,

que el espejo de la habitación reflejara

siempre nuestros cuerpos juntos.

 

Salimos del Motel cogidos de la mano,

felices y con un mismo olor, así lo quisimos.

Fué nuestro momento y nuestro espacio.

El destino aguarda a que volvamos a ser valientes.

Aún espero en la distancia,

aceptando las circunstancias en las que estamos.

En un rincón está nuestra historia

y el delirio de ver una rosa ente dos lunas.