Diaz Valero Alejandro José

Una extraña carta

Hoy quise escribir esta carta, aunque tengo un malestar en la garganta. Pero a pesar de eso ,  no perdí las ganas; si mis manos están bien,  me dije: ¿que me pasa?, si esta es una pobre gripe que a nadie mata. Y entonces comencé a escribir con la mente ancha, y desperté el recuerdo con  vivencias que me asaltan, que fueron bonitas, aunque no fueron tantas, y por eso las guardo de manera grata.

 

 ¿Recuerdas acaso aquella mata de guayaba?  la que estaba en el frente pegada a la baranda, allí fue naciendo la romántica esperanza, y cada vez que a la pared te montabas, yo en silencio solo te miraba. Fuimos novios con ingenua gracia, no hubo besos ni manos agarradas, solo anhelos que se desparramaban,  en tu ingenua alma de muchacha. Pero un día no se si por arrogancia, o por ciertas presiones de tu casa, te volviste ingrata y de aquello bello sólo quedo la mancha y yo petrificado como una estatua.

 

Quien iba a decirlo, escribirte una carta, anclado en recuerdos que en mí no avanzan, y que se quedan dormidos sin almohada; y  esos sueños así a veces cansan.

 

Escribir sobre historias pasadas,  tal vez a muchos no les diga nada; porque son historias ya pasadas,  que dejaron sueños que no se apagan, aunque son solo historias que no tienen flama.

 

Nobles amores, de bellas inocentadas, transparentes y puras como el agua, son esos que guarda el alma, y de tantos guardarlas a veces se cansa y las deja salir a ver si se escapan y se esfuman en el aire cual bocanadas.

 

Quiero en estas letras dejar estampadas, esas historias ya pasadas, que quedaron en el tiempo congeladas, y no hubo primaveras en que florearan.

 

He terminado de escribir la extraña carta, y aunque sigue el dolor en la garganta, tomaré un remedio a ver si me pasa, mientras tanto la carta quedará doblada, oculta entre libros de vieja data, donde sutilmente quedará encartada, hasta que un curioso sus páginas abra, y decida sin permiso publicarla.

 

Así sabrán todos lo que ella calla, divulgando el  secreto que ella guarda, y si  mojó los ojos con algunas lágrimas, aunque no la entregué, me sirvió de terapia.

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