Arturo Villada Vidal

Stachel

Recuerdo un cielo enrojecido por la luna.

Las nubes parecian sujetos temperamentales

Y el viento venia cabalgando fuerte en el pavimento.

 

Hacia el frente se abria una calle empinada

Atestada de ventanas curiosas,

De gatos con forma de enigmas

Y un atardecer que se decantaba

Por la inclinación del camino.

 

Entre el final la calle

Y el nacimiento de la explanada monumental

 De pasto y arboles solemnes, 

Se encontraba esperandome

Una mujer con rizos tono onix,

Una sonrisa plena y memorable,

Unas pestañas extensas

Que enmarcaban sos ojos

Imposibles de no ver,

Y un aroma en su piel perfecta

Que me atraia peligrosamente

A Ella.

 

Digo peligrosamente

Porque mientras avanzaba

Al Encuentro

Con la dama en cuestión,

Se iban incrustando en mi piel

Pequeños aguijones ardientes,

Alguna suerte de lluvia acida,

Minuscula y concreta

Que reventaba

En toda mi extensión,

Incluso dentro de mi ropa.

 

Pero nunca bajé la velocidad.

Entre mas cerca estaba

De la dama,

Mas rapido avanzaba,

Y sin pensar en nada mas,

Salté para alcanzar sus manos

En medio de la luz tenue

Que daba la luna roja

Atardecida en ese momento.

 

Desperté,

Caí en la cuenta de estarlo

 Y besé la piel

Del hombro y de la cerviz

Propiedad de la dama

Que dormía a mi lado,

En esa noche de lluvia de mentiras,

De niebla invisible.

 

Y en la piel estaban

Las marcas puntiagudas

De aquellos aguijones imposibles.

 

Nunca esos aguijones

Me separarian

De mi dama.