Arder en mi propio  infierno, 
sentir  como la llama me devora,
ser espectadora de mi propia destrucción!
Estadías llenas de  arrebatos
extraviadas  entre opúsculos escritos
de una ociosa arquitectura
que va conformando una  realidad
huérfana  de sucesos.
Hondos gemidos que no son sino clamores 
de viento, grito  quedo;
incógnito  y 
atormentado  desconcierto 
en el horizonte del tiempo
¡agitándose!
Las sensaciones se  confunden
envueltas  en secretos,
y quedan instantes
orillados en el albor
de su propio tránsito  allá,
donde  el blanco ya no es negro
ni el rosa es verde,
donde el temblor y el  escalofrío
celebran  entusiastas apreciaciones
de pasión y ternura
hechas con palabras de  nieve
que  al derretirse, estremecen,
en las postrimerías de la vida.