Roxana Popelka

Poemas de Roxana Popelka

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Roxana Popelka:

Mis vecinos

Recuerdo a todos y a
cada uno de mis vecinos.
No sé sus nombres
pero sé cómo pisan.
Sé que tienen miedo,
sé que son unos cabrones
que llevan una vida
miserable, y
que no salen de casa.
Que tienen un trabajo
embrutecedor, y mienten
cuando dicen que
les encanta.
Mis vecinos son
una condena permanente.
Sé que cuchichean a
mis espaldas tratando de
averiguar cómo vivo.
Sé que me vigilan
cuando salgo del portal,
que fisgan por la
mirilla para saber
si vengo acompañada.
Que pegan el oído
a la pared del salón
y me oyen cuando
hablo sola.
¿Cuántas veces habré
mandado a la mierda
a mis vecinos?
Sé que sus vidas
se han acabado
- por completo-
y yo,
no voy a hacer nada
para cambiarlas.

Pequeñas comodidades

Yo soy
mi propia secretaria
mi propia
cocinera
mi propia
modista.
Yo soy la que
escribe mis poesías
y mis relatos.
No tengo
ningún ayudante
que haga mis recados,
que ordene mis papeles
que ponga al día
mi trabajo,
que mande los
correos electrónicos,
que conteste a mis mensajes
o que hable
con quien haya que hablar.
Soy autosuficiente
y voy a seguir
siéndolo,
soy una mujer, ¡vale!

Cumpleaños feliz

Con mis amigas
todas juntitas
-en los cumpleaños felices-
nos bajábamos las bragas
y meábamos los tiestos del balcón,
meábamos todas las plantas,
hasta los infectos geranios.
Abajo, en la calle, la gente
nos insultaba,
nos llamaban guarras
y de todo.
Tocaban al portal queriendo subir,
y justo en ese momento
nos escapábamos a la
azotea, dejábamos a la
anfitriona sola,
medio llorando. Jurábamos no
hacerlo más,
pero mentíamos, por supuesto.
Subíamos a las mesas
y tirábamos las patatitas,
las aceitunas sin hueso,
los restos de coca-cola.
Y su madre decía:
“hay que emocionarse porque
lo dicen en las películas.”
No entendíamos nada de
todo aquello. Hasta que
un día la cosa fue de verdad;
salió su padre cabreado
y todos nos quedamos en silencio
mientras le escuchamos decir:
“Sergio, coge tus cosas que
vamos a hacer
la comunión”.

Acerca de la verdad, acerca de la felicidad

Ahora que
no estoy contigo,
que no estaré
contigo nunca
más,
es bueno que
te diga varias cosas:
te engañé
un montón de veces
con algunos hombres
mucho más jóvenes
que tú
porque sabía que
eso era lo que más
te dolía,
y lo volvería a hacer
créeme
-te lo aseguro-
que fue uno de
los momentos
más felices de
mi vida.
Cuando esos hombres
me abrían la
puerta, y me
hacían pasar
a la habitación
y nos desvestíamos
con impaciencia.
Entonces me quitaba
la camiseta negra,
¡aquélla, sí!
y el sujetador.
Algunos me decían:
“espera, déjate un
instante las bragas
puestas”.
Y nos besábamos
con pasión,
era auténtica la
pasión.
Fuera
en el patio de
la casa
se oía a una mujer
batir los huevos cerca del
televisor.
Y volvíamos a besarnos
con ardor
aplastando
lo que quedaba
de nuestros cuerpos.
Algunos huesudos
cuerpos, otros
debilitados,
o rasurados
qué más da.
Y mientras tanto
pensaba cómo te
sentirías de haber
sabido
todo esto.
Pero siempre
he tenido buenas
coartadas
¿aún las recuerdas?
Nunca sospechaste
que todo
aquello era
mentira,
que lo que verdaderamente
hacía era
engañarte con
hombres mucho
más jóvenes
que tú.
Y esa
-te lo aseguro-
fue la época
más feliz de
mi vida.

Unos del 38, por favor

Qué hubiera ocurrido
si todas esas
niñas bien
de apellidos
compuestos,
de cabellos
claros y ojos
azules
se hubieran
dado cuenta
a tiempo
de que
ningún hombre
las salvaría.
Ahora no estarían
llorando por las
esquinas,
ni sentadas en
los bancos del
parque
en mitad del
invierno
dando de
merendar
a sus hijos
con ese ridículo
corte de pelo.
No las vería
-como las veo-
acobardadas
por la calle
-decepcionadas-
mirando tras
el cristal de un vulgar
escaparate
aquéllos zapatos
de tacón negros.
Tienen que ser
aquellos -reclaman
al dependiente,
que les vuelve a sacar
un 38.
O en el supermercado
arrastrando
el mismo carro
por tercera vez
esta semana,
y la lista de la
compra,
casi desgastada,
colgando de lo que
fueron sus manos blancas.
O mientras esperan
el semáforo
y cruzan la calle
ocultando su
despreciable
vida,
haciendo tiempo
en la peluquería...
Qué hubiera
sucedido si
no se hubieran
creído las
Supernenas
persuadidas
por cuentos de hadas
o por las finas revistas
de papel couché.
¿Qué fue
de todas ellas
de sus pequeños dioses
de sus altares
prefabricados?

La pieza

Cuando nací me pusieron
una pieza de Lego
en mi mano
con una nota que decía:
sólo hay otra pieza
- de entre un millón -
que pueda encajar con la tuya,
podrás encontrarla
a lo largo de tu vida,
o no.
Esa pieza
está hoy a mi lado,
eres tú.