Roberto Obregón

Roberto Obregón fue un poeta guatemalteco nacido el 13 de noviembre del año 1940 en el municipio de Mazatenango. En su juventud, se licenció en Derecho y comenzó a publicar su poesía. Gracias a una beca de estudios, se trasladó a Rusia para estudiar filosofía a nivel universitario, doctorándose a los 27 años de edad. Antes de regresar a su tierra, aprovechó el viaje para conocer diversos países del continente europeo. De nuevo en Guatemala se unió a un grupo denominado Nuevo Signo, que tenía el propósito de ayudar a sus miembros a editar sus poemarios. Lo más curioso de su historia, sin embargo, fue su desaparición, que tuvo lugar en el año 70, mientras se encontraba de camino a El Salvador.
Tomando en cuenta que su familia jamás lo ha encontrado, se puede considerar que su vida como poeta fue muy corta, aunque Obregón supo aprovecharla para producir un interesante legado. Su primer poemario se titula "Los versos del alfarero", y lo publicó mientras cursaba su primera carrera en la facultad. Durante su paso por Rusia, editó (en varios idiomas) la mayor parte de sus libros, entre los que destacan "El aprendiz de profeta" y "El fuego perdido".

Poemas de Roberto Obregón

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Roberto Obregón:

Imagen de la ausencia

A decir verdad, la lluvia no habla
de ti.
Sí que hoy te confundí. Y ya van cuatro
entre la multitud.

Dejé que cayeran mis ojos al suelo
para que las personas adultas
al pasar no lastimaran mi amargura.

Y al entrarme de regreso en casa
encontré tu ausencia diseminada en el piso.

El fuego perdido (I)

                              esta señal de la aurora
                              la traían en su corazón
                                        
Popl Vuh III, cap. VI



No podemos encender la hoguera
Mojado está el bosque
          podridos están los troncos
No podemos quebrar los colmillos del frío
Arrancar
Y recobrar nuestros huesos entumecidos
En la humedad en el agua
          nos ha tocado prender la hoguera
En la oscuridad en la noche
          nosotros somos la región más espesa
A oscuras sesionamos bajo la helada
Y conferenciamos sobre nuestro qué hacer
De cómo allí los muertos continúan
jugando un gran papel en la guerra
De qué manera se escogen entre todos
Quiénes llevarán a la espalda el mayor peso
en los ratos
de agudo peligro
Acérquense los del fuego
          Los enamorados de la vida
nos calentaremos con estos nuestros corazones
Hechos leña bajo este rudo temporal
Pero contentos

Del ser al no-ser

Catástrofico es el segundo
en que a la vida volvemos,

saber que hemos tenido en las manos
la palpitación del mundo

y, hallándonos otra vez entre los muertos,
no recordar en dónde
ni por cuánto tiempo.

Dulce rapiña

Eres un sarcófago viviente,
sepulcro que en la oscuridad
abre sus ramos lechosos,

agitas tus remos y crujes
devorando mi carne y mis huesos.

Fuera de ti sólo queda mi rastro
y nada que valga la pena.

El cantor ciego

Y es que yo solamente soy una sombra
que absorbe la humedad de la puerta.

El tallo abriéndose en un pensamiento
humedecido en las pisadas del tiempo.

Distraído grabador de los frutos del árbol
que extravió su trayectoria en el ámbar

el encargado de la llave que al abrir tus puertas
fue a dar al fondo con los ojos cerrados.

Milagro

El espacio entre los dos
resbaló
como harina entre los dedos.
Ya sólo en el mundo
un lugar habitado
-tú y yo.
Tu cuerpo refugiado
en mis manos.
Mis ojos
disueltos en tu mirada,
y la húmeda rama de tu voz
palpitando
su sombra en el silencio,
la última traza de lumbre
se extinguió bajo el alero.

Ya sólo chocaron tu cuerpo y el mío
como dos pedernales.

Al amanecer me sorprendí
de que respiraras todavía.