Ricardo Dávila Díaz Flores

Poemas de Ricardo Dávila Díaz Flores

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Ricardo Dávila Díaz Flores:

Siempre estamos solos

"Yo quiero llorar a veces furiosamente
por no sé qué, por algo,
porque no es posible poseerte, poseer nada,
dejar de estar solo."
Jaime Sabines.


El amor es perdernos;
estar solos,
solos sin nosotros mismos;
es robarnos al otro
y protegernos la espalda para que no nos
hagan lo mismo.

El amor es ser huésped en otro,
servir de refugio a otro,
es invasión de privacía;
por eso la culpa, la vergüenza,
el regocijo propio.

El amor es callar,
es la palabra que grita el mudo en el oído del
sordo,
el paisaje que miran los ciegos,
es la sombra que alumbra las sombras,
la piedra empujando al viento,
la fogata encendida en la corriente del río.

El amor es el sentido, no el sexto, ni el
séptimo, es el sentido;
el único, el más confuso, el más vivo.

El amor teje alas que se estrellan en los
techos y se van,
se van volando rotas.

Es nada, el amor es nada, ni siquiera
eso. Es nada.

El amor no completa, quita;
por eso la búsqueda insaciable,
la que no encuentra,
por eso la necesidad, los celos, la rabia.
El amor es estarse acabando el uno al otro como se acaba el mar,
por eso los besos contra la pared,
por eso el llanto sin sal, sin agua,
ese llanto seco que golpea en la garganta.

El amor es buscarnos donde nos
abandonamos: en el otro. Por eso
huimos, corremos,
nos vamos como ciegos en medio de un
desierto de gritos.
El amor es soledad. Ante todo es soledad,
porque estamos sin nosotros mismos;
es soledad poblada por voces ajenas,
por secretos que no nos pertenecen.

¡Recoger ternura hasta que se nos
doblan las manos, eso es el amor!
¡No existe el amor,
por eso creemos en él!

No hay nada detrás del amor,
por eso es inútil cavar con caricias en su
cuerpo.
No hay nada,
sólo queda la mecedora del recuerdo y el
olvido,
los ojos abiertos de la viudez,
un insomnio,
un alma tuerta,
un corazón cojo,
y la búsqueda final por nuestra soledad,
la otra, la que perdimos,
la que ofrecimos por amor al otro,
la que regalamos,
hasta que vuelve acompañada de ese llanto
caudaloso,
de agua, de sal, de hielo, de cascada libre;
ese llanto que se hace en los que están
acompañados de sí mismos,
sin amor, sin el otro,
¡solos!

Balada del despierto

Tengo sueño pero nunca duermo.
Te miro.
Duermes a mi lado.
Ronroneas bajito y haces ruidos de ángel.
De pronto despiertas,
tus brazos se abren en un largo bostezo.
Mis manos pasan por tu cuello y tú preguntas.
No hablo, sigo leyendo tu cuello.
Te miro sin cansarme.
Tomas mi mano y desenredas tu silencio con la orilla
de mis dedos.

Comienza a hablar tu respiración,
tú lenguaje de gestos y suspiros.
Te mueves como si te acariciara un aire lento.
Te recuestas otra vez y me hundes en tus labios, lentamente.
Te acaricio el rostro como si en él latiera el corazón del mundo,
mientras tus ojos, lentos, guardan la luz dentro de tu alma.
“No te duermas”, me dices
con una voz que viene desde lejos;
y yo te lo prometo,
te prometo que no voy a dormirme,
y aún cuando caes dormida,
te lo sigo prometiendo.

Balada a una morena

Morena como tus ojos y tu cabellera.
Tus ojos como tu piel y como tus ojos.
Tus manos pequeñas y finas como tus manos.
Tu cuello se parece a tu cuello.
Tu cuello en el que quiero dejar, por siempre,
el collar de mi tiempo a destiempo, a tu tiempo;
a tu tiempo que vas trazando con tus piernas,
a tu ritmo, a tu tono.
A tu ritmo que sólo puede parecerse a tu ritmo.

Como tu cadera pequeña tu cintura;
tu cintura que quiero levantar para beber tu vida;
tu vida simple y delgada como tus brazos,
como el perfil de tus uñas,
como las líneas de tus pestañas y las de tu mano.

Morena.
Morena como tus ojos y tu cabellera
y tu cabellera alegre como tu voz que canta,
que vuela como tus manos y como tu mirada.
Tu mirada que mira como mira tu alma;
tu alma discreta y escondida como tu cuerpo.

Tu rostro igual a la luz de tu rostro,
a la luz que gira y rueda como tu risa.
Tu risa idéntica a tu risa,
a tu alegre cabellera y a tu prisa.

Tu frente alta como tu espalda.
Tus hombros abismados como tu barbilla;
tu barbilla graciosa y noble como tus pestañas,
tus pestañas parecidas al recuerdo de cuando eras niña.

Y tus labios, ah, tus labios,
y el perfume que persigue a tu perfume,
y la sombra que persigue a tu presencia.

Eres un recuerdo tuyo;
un recuerdo parecido a tu ausencia.
Me recuerdas a ti cuando te miro,
sola, simple,
infinita en tu propia belleza.

El mismo nombre

Tanto tiempo buscándola y ella estaba aquí,
en mis ojos cerrados,
en la noche sola;
aquí,
detrás de lo visible,
en la edad antigua de la niebla.
La amé ese día por toda la eternidad.
Yo llevaba un ramo de palabras cuando caminé hacia ella.
-No las pondré en agua -me dijo-, ni he de secarlas para el recuerdo. Se morirán cuando las toque el aire.

Nos vestimos con fuego
y levantamos nuestros cuerpos con el viento.
- Te haré un vestido de tierra -le dije-,
con la humedad del mar lo zurciré y con la piel de cielo.
- Aquí no existen las palabras –insistió-.
- ¿Y en dónde sí?-le pregunté-.
- Allá, en la mentira.
La amé ese día, todo el día,
en la niebla, en la nada.

Quise hablar,
en verdad deseaba curar mi voz en su alma.

- Silencio- me dijo-, en mis ojos están todas las cartas de amor que se han escrito sobre la tierra.

La amé ese día,
y era mía como la vida misma,
pero me atreví a preguntarle su nombre.
-¿Eres mío, y no sabes que mi nombre es el tuyo?
¡Despiértate! No me volverás a ver.

Pausa

Llegamos ahora a la palabra más sabia y ambigua, el nombre inglés de la pesadilla: the nightmare... que significa para nosotros “la yegua de la noche”
JORGE LUIS BORGES


El reloj cree que son las cuatro de la mañana.
Lo escuchó sin mirarle.
Mis ojos miran la pared de enfrente
como si la pared de enfrente me mirara:
y entre las miradas
un puente lleno de advertencias.


Hay un viento que no existe,
hay libros de otra casa,
hay una puerta que se abre y se cierra de golpe
igual que el párpado asustado.

Algo viene
algo suena,
algo se acerca hasta mi cama;
abro mis ojos pero están cerrados,
muevo mis manos pero no se mueves.

Otra vez el golpe de la puerta;
abro mis ojos que ya estaban abiertos,
se cierran otros ojos dentro de mí
¡Pum!
Todavía son las cuatro de la mañana.

Escuché el temblor de tus uñas

Tú eres la que llega siempre a lugares precisos en horas que no existen.

Y yo soy el que acude puntual a esos lugares vacíos.

Por eso nos encontramos, aurora,

bajo el umbral de aquella puerta que no estaba y que nosotros descubrimos.



Recuerdo que al mirarte,

un aire lento me borro las grietas de los ojos

y sobre mis ojos llegaron dos ventanas

en las que amaneció de pronto lo que en ti anochecía.

Tú tenías la expresión de la paloma quieta,

el carácter de la efigie que aún no se construye

y dijiste tu nombre en silencio para que nadie lo supiera.

Pero yo escuché el temblor de tus uñas,

el quebrar de los cabellos de tu alma,

el andar tranquilo del viento y el agua en tus raíces.



Tus grandes ojos me lo dijeron todo,

como si al mirarme estornudaran secretos, palabras

y todo llegó hasta mí como el origen de una enfermedad curada.

Ya te conocía yo.

Ya te había visto

en algún lugar de esos en los que dejo mis ojos y sigo caminando.



Esto no es casualidad.

Alguien sabía de esta fecha.

Baja la mirada, aurora, camina.

Alguien nos está siguiendo.