Orfila Bardesio

Poemas de Orfila Bardesio

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Orfila Bardesio:

El guerrero

Los violines levantan a sus ojos delicadas columnas.
-La orquesta construye siempre de nuevo el mundo-.
Los bailarines victoriosos en un salto vibrante
se vuelven más que hombres, fuego.
Los cuadros abren puertas con ritmo.
-Los retratos desembarcan personas-.
Las viñas se pierden en los cristales.
Los viajes dejan los países
y vienen a buscarlo, como hermanos.
Los castillos le ofrecen alfombras
donde callan secretos milenarios.
Las naves lo alejan de sí mismo.
El oro lo separa de su muerte.
Lo alcanzan mantos de una gran tormenta.
-Sin que sus llamas mueran
en las palpitaciones verdes
se interna en estos bosques encantados-.
Como el antílope por los olores reconoce
las alegrías que le pertenecen en la hierba,
encuentra reflejados los ecos de la luz
en donde cantan sus tobillos.
Porque su rebaño de rostros
llegando siempre al día
dibuja solamente los mapas de la ausencia.
Porque
vive en un fugo incesante y extraño
que lo sostiene lejos de la muerte.
Porque,
en un viento que los muros no quiebran
su frente corre sin descanso,
su boca se consume de sed junto al agua,
y sus manos, guerra con trajes,
con ademanes, con sonrisa,
tocan abismos que las respuestas no calman.
Porque
bajo la Música, la Danza, los cuadros, los vinos,
los palacios, los viajes, las monedas,
arde sin nieve,
su cara inconsolable
no vencida por las ofrendas de la tierra.

El caballo

Un caballo de mármol ardiente
con panales de espuma y con miedos de hierba
en la boca, las orejas atentas oyendo
vibraciones extrañas al hombre,
sus patas como el cuello de las fuentes.
Y mariposas en la sangre,
y mariposas en el belfo,
con una prisa en el hocico.
Y su cola se abre como una campana
en el aire y sus crines lloviendo
como blancos otoños.
Un caballo que olvida la tierra.

Un caballo que tiene una hoja del mar
en el cuerpo, una hiedra sensual
que hunde su serpiente en el oído
y el caballo se va revolcando,
ovillando, extendido, cayendo rocío
del olfato llameante, oh árbol animal,
se va, se va en un himno,
en la pradera del cristal,
se va oliendo la luz, la alegría,
levantando su nave gloriosa, salvaje,
solitario, sin puente, orgulloso,
y sus huellas se quedan llamándolo.

Ya no vuelve, no vuelve,
ya pasea en un viejo jardín olvidado,
en un bosque de fuentes,
entre ciervos de lluvias saltando,
donde pide su cuerpo el espejo,
donde busca la risa sus labios.
Ya la luna le muestra raros
mapas de sueño y se queda
sin muerte en un prado.

Intimidad

Como en cipreses a llantos largos
no progresa la noche;
el blanco detiene un luto
de carruajes en la madrugada;
vacilan cirios como penumbras;
dudan alturas de cóndores en el olvido;
la pesantez no se arrepiente
ante luces sonoras de campanarios;
las cenizas impiden filos a los aullidos;
la lluvia desorienta las cartas
y sin embargo, el amor, de un corazón
retira sus hiedras,
una niña de oído fino,
de obediencia inclinada,
intenta demorar el amanecer en el bosque;
busca lo callado
para cubrir flores, agua de silencio,
hierba sin abejas verdes,
fuentes con rumores iguales
con que apagar ciervos y colores;
pero las cosas están respondiendo
a otras fechas, con hirviente trabajo fervoroso
como las estrellas, y no escuchan su seda.
-Sólo un grillo que esperaba,
pronuncia por un instante
en las soledades extensas
su compañía lejana
junto al corazón desconocido de sí mismo-.
Y la niña se duerme,
fatigada de andar en las alturas
horizontales de la tierra,
mientras un rebaño de latidos
cuida, como una torre,
que sus manos no salgan del sueño.

La que pasea

El aire la recibe cuando anda,
el cielo la posee, los árboles la besan,
la ama el mar.
Sus pies no pertenecen a su cuerpo,
sino al camino.
Sus piernas le obedecen
como columnas a la Música.
Sus pasos desprendidos del tobillo
no caen en el silencio
como sonidos huérfanos.
Cada uno es guardado en la tierra
como campanas en la memoria.
No se aleja, se acerca.
-Alejarse es volver a besar
en el aire que espera-.
Como las olas condenadas
a gastar un lugar
el Movimiento no la deja partir.

El tocar

La Cabellera quema el filo
entre la piel y el cielo
con sus llamas:
las encinas no alumbran su follaje
en las florestas lejanas,
los leopardos no encantan
entre verdes cortinas,
las piedras no recuerdan historias
en milenarias intimidades,
el sol no estalla espigas en una tierra azul.

En la mano desnuda
es donde todo sucede.

El poeta

Lejos de ocios y telares
un espejo ardiente
recibe caras que no ha pedido.
Con vuelo, no corona las cosas:
dentro del agua que lo recuerda
besa a todos los seres
en el caracol marino
correspondiente a su turno

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