María Eugenia Caseiro

Poemas de María Eugenia Caseiro

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de María Eugenia Caseiro:

Yo, tú, los árboles...

I
Yo, tú, los árboles perfectamente
juiciosos entre el día y la noche
las calles blancas largas dóciles
desatándonos
llenas de ti, llenas de mí
quitándonos el polvo.

II
Dejé de besar
de silbar al lunajero de tus pies
para que nada
interrumpa, me interrumpa
tu carrera tantas veces proscrita

Equivocadas entre sexta y nona
emigran ocasiones
llevándonos de en medio
lo que más queríamos.

III
No desentrañamos
aquellas vertientes que trajeron la sal
cuando pensabas, cuando pensaba
sembrar sembrar sembrar
eternamente
pasajeros felices, trenes novísimos
caminos, tildes, radios, señales;
dibujos olorosos a jabón, paisajes
sin límites…

y la espina en el naranjo de tu piel
doliéndole a la lluvia.

El gato bajo el arco

Ya habías alcanzado
al ratón de tus axiomas
ahora detenido en el reloj
Ah!, mi amigo
que tu no creas quererme a la hora del baño
que te asuste
que en tu calidad
desaparezcas
compañero…

y apaciblemente debajo de un arco
quede la blancura del gato que fuiste
reclinado en la sombra
tenue y combada de tus miedos

-nueva pista
que presume la elipsis
sin sentir que te llaman-

que atentamente descubres
el tiempo bajo el arco
golpeando el mármol que eras
presencia embelesada
que ya no me acompaña

Ahora en tu mejor postura
eres redondo y feliz
como la novia de tus sueños.

No soy yo

Porque el mar se ha quedado
putrefacto en otra orilla,
yo inconforme,
con mis párpados ceñidos al calor y al verde claro
de una isla,
de un fulgor,
estas plumas que han crecido en mí
ya no me bastan.

Lloran también en mí
todas las castas
-y la ciudad de papeles recortadospara
ser lo que no quiero
en el destierro de mi misma
en esta calma de mis pies
que acampan en el nido
de otro mar que no me busca.

No soy yo la que miraba
en el cielo, desmembrado
el impudor, la costumbre
no soy yo
la que nadaba dormida, ciertamente
toda el agua
sin errar un solo pie
o un solo brazo en el silencio
que me amaba
hasta saber de memoria mis latidos
yo sus polvos y sus marcas
en el ruido
con las cuerdas de estos dedos que bordaban
los manteles sin saber de despedidas
ni nostalgias.

Esa voz que ahora me suple
y su sombra indefinida en la dureza de un adiós
luego me canta.
Ha llamado inútilmente,
en secreto a los fantasmas
de la piel que la olvidaron.

Y la máscara,
que a veces me sonríe con una risa empolvada
con una mueca de niña
con unos ojos lejanos
clavados en la playa que fue suya,
en la calma,
que busca los precipicios
para gritar en silencio
con el eco desdoblando
la caricia deseada;
de una ola,
de una huella,
en las agrias baldosas de estos pies
que ayer buscaban
su justo lugar entre las cosas
y hoy desean conciliarse
con sus antiguas pisadas.

De profecías y puertas

Soy araña feliz sobre la tela
en el ir y venir de las agujas
hasta sentirme olvidada
de las flor mistificada y de los parques.
Que no me engulla el sol y el agua
para luego segarme.
Soy feliz cuando las puertas
se convierten en perros guardianes
y me siento protegida de la lluvia.

Es mejor cerrar los ojos
que no sepan del color, ni los oídos escuchen
la facundia de las viejas cotorras.
Que las paredes aprendan
a amoldarse al silencio de la piedra,
que el maleficio no llegue
porque hay muertos que suelen repetirse
y nada hay de extraordinario
en que otro día sin suerte
dejen de una vez la puerta abierta
te arrebaten de nuevo el mismo muerto
y se te vaya dos veces, o tres, o cien
¿quién sabe cuántas veces?

Soy feliz cuando las puertas no permiten
que salgan los de adentro
cuando los que aún no llegan
se pierden sin saber si han de llegar
porque hay muertos que suelen repetirse
y nada hay de extraordinario en que se te vaya de nuevo
¿quién sabe cuántas veces?

Nada sé de colocar alfombras
para dar la bienvenida a los extraños;
que se vayan con sus risas de cristal partido,
con sus cofres de badana
y sus cajitas de música
Que se vallan
muy lejos de mis puertas
que saben guarecer de la inútil profecía.

¡Olvídense de mí!
viejos doctores de los presentimientos
Quiero ser feliz convertida en araña.

Déjenme a solas custodiada por mis puertas
porque hay muertos que suelen repetirse
y ya no quiero ver pasar
una y otra vez el mismo féretro.

La calle

La calle es un burdel donde las horas
toman cuenta.
El vagabundo gris
a un paso de anotar la despedida
recupera el mortecino
brillar de las farolas.

Se alarga la calle, en su desdén se pierde
la visión hasta tocar el fin del mundo
a estribor, bordea la primera estrella
las grutas sin salida, el precipicio
en que un fantasma envenenado
duele en la mujer que busca
un puente y la razón fracasa.

La calle es un dolor, una punzada
donde confluyen las premoniciones
un corazón cansado que envejece,
su melodía sin voz
se lleva las últimas raigambres…

Sueña la calle su primer bostezo
entre viejas fachadas de edificios.

Esperar

Las ventanas se apagarán un día;
hagamos cuenta que hasta aquí
lo habías previsto, lo había previsto
polvo polvo el polvo
lunijunto de barrancos
blancos palacios de hueso
cal y arena que se mueven
prolongado flujo
esperándote, esperándome
esperándonos.