Quimera

María Elena Blanco

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No se habló nunca más de la ciudad
el padre la enterró viva lustros antes de que desfallecieran
todas su casas al unísono
y un polvillo de cal y de pigmentos acres entró por el ojo taladrado
haciendo estragos en la imagen
añicos las palabras

alguna vez de pronto resurgía trocando sus volúmenes
en la aricia pendular de un barco o una senda entre dunas
por la que se buscaba a alguien
a una abuela extraviada por ejemplo
o en cuartos de penumbra con persianas es ascuas
y puertas invisibles


(afuera la canícula imitaba las granadas maduras)

y el nuevo hogar/hotel de solitarios/ un nido de pieles
de cebolla
transparencia de ópalo que éramos
expuestos y encerrados en el cáliz de sangre:
cada cual a beber el zumo destilado del sueño
cada cual a sortear su novatada en el foro
cada cual a estrenar sus fieras nupcias con la noche

o bien la divisaba agónica flotando a la deriva
zurcida por tenue hilo de luz a otros fragmentos de isla
y en cierto ocaso me fulminó de lejos cual circe envejecida
cuando aspiraba al alba el aire tropical en lo alto
de una terraza de aeropuerto


(desde entonces he tenido y perdido muchas casas)

la he vuelto a ver de cerca
la he mirado a los ojos
pero al girar la espalda hasta una nueva cita
indeleble su memoria en mi cuerpo
no quedó ni una huella de mí sobre su suelo
no se grabó mi nombre
nadie aguarda mi voz.

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