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Margarita Paz Paredes



Pequeña isla



Adán del universo:
donde pones tu planta
la tierra se conmueve
de ocultos paraísos.
(Te anuncia una legión
de brazos incendiados.)
Eva soy, inmemorial y eterna,
ligada a ti por el suspiro
de antigua soledad, y desterrada
por el frutal capricho.

En el exilio estoy.
El alba de mis besos
palidece en la niebla.

Hacia tu encuentro he caminado siglos,
desolada y agónica
frente a sordas esfinges;
siglos preñados de preguntas,
de llanto y de silencio.

Pero de pronto,
surges en el desierto
vertiendo manantiales
para mi sed inmensa.

Los espejos solares de tus ojos
me copian. Voy desnuda
de sombras y de angustia,
y me dices palabras que alimentan
mustios cañaverales.

Otra vez vegetal, me fecunda tu savia:
los huesos me florecen, la piel se me licua
en amorosos jugos,
y el corazón agita.
su bandera incendiaria
sobre el huerto del mundo.

Ahora, ya dueña del enigma,
puedo decir el canto
del Primer Paraíso:

Surco de amor,
en ti todo germina.
Camino ya sin ti
y hacia tu búsqueda.
Mis brazos se quedaron
asidos a tu cuello.

Pequeña isla soy. Tú me descubres.
Tus abejas me invaden y, de pronto
-cera y miel- te me entrego
tibia, recién nacida.
Luego desapareces y despierto
de bruces en la onda olvidada del agua.

Es hora de morir sin ti, me oprimen
los círculos morados de la ausencia
y en el umbral del sueño desfallezco,
inmensamente triste y solitaria.
Poco a poco la tierra se conmueve,
me transmite su sangre verde, cálida,
y amanezco en resinas verticales.
Es que voy a tu encuentro, resucito
caminando descalza sobre el musgo,
el pecho descubierto,
otra vez cera y miel,
isla pequeña,
Eva antigua y eterna.

Tú sostienes la tierra y me sostienes
dichosa, en altos climas,
fuera de toda muerte, porque vivo
contigo ya sin tiempo y sin espacio;
porque te amo
desde la soledad del Paraíso
hasta el postrer exilio,
donde, llorada patria de amargura,
purificada de pasión, seremos
amantes sin espinas y sin sombras.