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Luis Ra�l Calvo



Casa tomada



Es la historia de siempre, los intrusos

se apoderan hasta de nuestros miedos

más infantiles.

Nada dejan librado al azar.

La consumación del sueño, el asesinato

de Trenton deslizado en la silla vacía

del primer morador, las constelaciones

de los primitivos enamorados

que alguna vez pernoctaron por las

raídas habitaciones.

Por allí no pasaron ni arquitectos

de medio pelo, ni ingenieros con la

lengua doblada por el derrumbe

del edificio contiguo

ni la mano de obra desocupada

por las atroces muertes del pasado.

Alguien se equivocó de paradero y confundió

la humedad de los cimientos con la barrendera

de trenzas doradas, la ironía del tuerto

con los rojos zócalos de la intemperie

la pasión del amor con la seguridad del hastío.

¿Quién es quién en este desamparado

aguantadero

sin rosas ni madreselvas para ofrecer

a las visitas hospitalarias?

De algo estamos seguros: no habrá abogado

capaz

de aplicar la consabida ley de desalojo.

Si han tomado la casa, es hora de partir

hacia otro lugar.