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Juan Ega�a



La hora ciega



Sé que no es mi destino el que me lleva
a desoír las voces interiores
que a muchos nada dicen. Sé que hay algo
en mí, que tiene aquella efervescencia
de los fuegos internos. Inquietudes
de locura que estalla. Palpitantes
angustias de corrientes subterráneas,
y a veces, fugitivas claridades
que alcanzan hasta el labio...

Pero la vida está sobre el espíritu,
y el amor, que adormece los cerebros
con sus horas internas, y esa íntima
musicalización que nos arrastra
irremisiblemente, hacia las bellas
trivialidades de horas blancas....

Ese tranquilo sino de agua clara
de las aguas que pasan por la vida
saturada de enseñanzas, en puntillas
sobre su alba certeza de hojarasca;

Ese blando soñar despreocupado
tiene más armonía con sus ansias
Humildes, de encontrar en este mundo
sólo aquello que duerme, sueña o canta...

Mi espíritu cansado, no apetece
la efímera fruición de los arcanos,
y quiere abandonarse en el remanso
en que flotan, durmiendo, las sencillas
ventanas de las almas entreabiertas...

Es la alegría santa de su alma,
es su aureola de paz, es ese efluvio
de apacible y serena bienandanza
que surte de sus ojos...

Que cuando ya la carne se resista
a seguir con nosotros, para esa
inquieta ebullición habrá una ruta...

Y será éste un paréntesis de oro
en la futura ebullición suprema
del átomo a la luz... hasta la hora
de la enorme victoria, en que, vencidas,
las sombras se desprendan de los ojos
para dejarnos ir serenamente
cara a cara al arcano...