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Francisco Antonio Gavidia



Oda a Centroamérica




Centro América duerme
silenciosa e inerme.
El sueño del olvido de los mundos:
Sus pueblos son estériles llanuras,
Zarzales infecundos.
Temerosas y agrestes espesuras
Que hincha de negra savia el egoísmo
Por esta selva lúgubre y sombría,
Su horrible paso en las tinieblas guía
Leñador infernal, el despotismo.

Ved el cuadro, que aviva
En la conciencia pública extenuada
El rayo de una lumbre fugitiva;
Ved extender la Historia
Su acusador legajo
¿Qué veis? El crimen coronado arriba.
¿Qué veis? El crimen inconsciente, abajo.
Los tiranos, la plebe,
Todos, los oprimidos, los que oprimen,
Todo pasa y se mueve
En un sudario fúnebre de nieve
Que de gotas de sangre siembra el crimen.

¡Oh, Patria! ¡Oh, Centro América!
Necesitáis con vuestras propias manos
Levantar vuestra lápida mortuoria
Que gravita en la tierra como un monte
E interrogar después el horizonte
Para encontrar el rumbo de la gloria.

No: no habían pensado
Los PRÓCERES augustos,
Cuando hace medio siglo proclamaban
Tu santa libertad y tu grandeza
En el noble estandarte desgarrado
Ni en el pueblo cobarde y maniatado
Sobre cuya cabeza
Su huella sepulcral dejará un día
Como estampa de sangre
El pie de la cobarde tiranía

No; la vehemencia que cual fuego abraza,
La indignación terrífica y solemne;
La sagrada iracundia
Con la que anatematiza y amenaza
La palabra de truenos de Barrundia.

La calma pensativa
Con que en la soledad de la noche
cuando alzan los espíritus el vuelo
Y los perfumes suéltanse del broche
Y el pensamiento se encamina al cielo;
Cuando tiende profunda sobre el orbe
La sombra, como trémulo palacio
su triste inmensidad de terciopelo;
Cuando, ¡oh natura!, tu suspiro exhalas
Y los ámbitos cruzan del espacio
Misteriosos enjambres
De almas errantes de impalpables alas;
La calma pensativa, inmensa lucha,
Del genio soberano,
Con que el gran Valle en el silencio escucha
Misterioso y profundo.
Inclinado a las simas de la ciencia;
Cual forja el porvenir, la Providencia,
Para este corazón del Nuevo Mundo;

La fuerza poderosa con que escruta
El espíritu inmenso de Delgado
Del corazón la misteriosa ruta,
Cuando extiende la diestra
Sobre el pueblo a sus pies arrodillado
Que espera sus palabras para erguirse
Y lanzarse al fragor de la palestra;

La espada, luminosa cual la idea
Con que Francisco Morazán, sondea
Donde su rayo el patriotismo fragua,
Para escalar las escarpadas cumbres
En que el laurel florece de la gloria
Y llevar por la mano a la victoria
El furor a las bravas muchedumbres;
Las épicas y ardientes aventuras,
Con que un día el coloso,
Gloria de El Salvador, hijo de Honduras,
Padre de Centro América glorioso;
Ensordeció los ámbitos del Istmo,
Surgiendo, como un león, con la bandera
Del derecho, trasunto de Mavorte;
Con sus huestes ardientes y bravías,
Luminosa cohorte,
Detrás de esas azules serranías
En que flotan las nieblas, hacia el norte;
El que sembró llanuras y montañas
Con victorias y hazañas,
Dando asunto a las rústicas familias
Para animar de noche sus vigilias
Con el nombre del héroe en las cabañas;

Toda esa fulgurante llamarada
Que cual gloriosa bruma
Está flotando, oh Patria, en tu memoria,
Los héroes de los triunfos de la espada,
Los héroes del triunfo de la pluma,
Que han tejido de triunfos nuestra historia;
Obra providencial, santo legado,
¡Oh! no eran para un pueblo esclavizado
Sobre cuya cabeza
Su huella sepulcral dejará un día
Estampada con sangre
El pie de la cobarde tiranía.

¡Oh, centroamericanos,
Despertad ya de la tremenda calma!
Y en vez del negro y gélido vacío
Que lleváis del pecho,
Poned en él un corazón y un alma
Formados por la audacia y el derecho.
¡Oh, centroamericanos!
No acabará la esclavitud si pronto
No os tomáis de las manos
Ni avanzáis en unión estrecha y fuerte,
Poniendo un sólo pecho como hermanos;
A ver si hiere a un pueblo de esa suerte
El destino que forja los tiranos
O si ellos en la empresa hallan la muerte
Sí, un pueblo yace en el tremendo sueño
Del baldón y el olvido
En que se hunden lo oscuro y lo pequeño,
Cuando el ánimo pobre y abatido
Vive esperando con vigor escaso,
Que le trae un camino
El ademán de loco del destino
O la brújula imbécil del acaso.
¡Oh, no esperéis que el dedo de la suerte
os marque el ignorado derrotero,
mientras dormís en estupor inerte
y al borde del abismo traicionero.
El porvenir no llega, inesperado,
Advenedizo sin misión ni nombre;
Llega porque es llamado;
Porque lo han engendrado
El valor y el espíritu del hombre
Y porque el hombre mismo lo ha creado.

No es hijo el porvenir de la fortuna
Ni es el azar el padre de la gloria,
Ni va sin ley y sin conciencia alguna
Sin fe e inteligencia,
Trazando los caminos de la historia
La mano de la oculta Providencia.

¡Oh! No habrían los mares
desvelado su seno
que un nuevo mundo encierra,
si el genio no venciera los azares
con que la chusma pálida se aterra,
para transfigurarse en el océano.
Al gritar ¡tierra! Al completar el viaje,
Ante el mar y las brumas y el misterio,
Como si un Dios al extender la mano
Engendrase en la sombra un hemisferio.

Los pueblos cuyo espíritu desmaya,
Al azar confiados
Que con ellos navega,
Abandonados a la fuerza ciega
Nunca alcanzaron a ganar la playa;
Sin fe, sin guía, sin razón, ni tino,
Jamás se salva el pueblo que se entrega
Solo a las tempestades del destino.
No es sociedad la turba que amalgama
El azar, y en que el pálido egoísmo
Su simiente derrama
Preparando la siembra de tinieblas
Que ha de segar después el despotismo.

Ved lo que os pide el porvenir: un lazo;
Unir el brazo, unir los corazones,
Una gran sociedad, un gran abrazo
Que una los corazones y una el brazo;
Así la tiranía que envenena
No hallará sin ligar los eslabones
Ni romperá jamás esa cadena.

¡Oh, minorías cultas, indolentes!
¡Minorías! La gloria será vuestra,
cuando inclinándoos sobre el pueblo rudo,
tendiéndole la diestra,
hagáis del pueblo indestructible nudo
y halle en la unión impenetrable escudo
la corrupción irónica y siniestra.

¡Un alma para el pueblo!
Ved lo que os pide el porvenir: un lazo
Que estreche los espíritus y el brazo
Y que os sostenga al ir hacia delante:
La democracia, formidable atlante,
Invencible coloso,
Vendrá, cuando en trabajo luminoso
Concentréis el espíritu que flota,
Como una fuerza cósmica gigante,
En la dispersa muchedumbre ignota.

Y un día el porvenir que hoy os aterra,
¡Oh, centroamericanos!
Vendrá a poner su antorcha en vuestras manos,
A la faz de los pueblos de la tierra...
Así el ardiente Izalco un tiempo era
Un declive sin faldas ni estatura
Donde al sol dormitaba la palmera
Abanico oriental de la llanura.

Una noche, el espíritu del mundo,
Concentrando su fuerza poderosa,
Sacó de las entrañas de la tierra
Una cima espantosa
Que arrojó de su cráter iracundo,
por sobre de las cimas de la sierra,
un torrente de luz que alumbró el mundo.

Ahora el navegante
Que el ardor de los trópicos agosta
Cuando en la noche espléndida y desierta
Al fulgor del Océano, vacilante,
Con rendida mirada
Busca los arrecifes de la costa.
Ve, cual mito de una hórrida odisea;
Cual si agitasen con terrible aliento
Los titanes del Istmo
Las flamígeras crenchas de una tea
Surgiendo de las sombras del abismo,
Cortando enhiesto al horizonte el rumbo,
Que tuercen a su vez los huracanes,
Y ensordeciendo al mar con su retumbo,
Cual titán vencedor de los titanes;
Al Izalco terrífico,
Monologando en sus tormentas bravas
En las tinieblas de la noche a solas,
Titánico y magnífico,
Bañado en el torrente de sus lavas,
Y alumbrando, el aplauso de las olas,
Las soledades de agua del Pacífico.