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Carmen Gonzalez Huguet




Espejos incendiarios

I

Amor que desazonas lo que tocas
y que al fuego le das color de olvido,
al gozo lo traduces en gemido
y la alegría en aflicción trastocas.

¿Por qué la reciedumbre de las rocas
no traduces en suave y tibio nido,
y del profundo mar enardecido
la furia entre tus brazos no sofocas?

En tus manos se siente el desgraciado
feliz y con riquezas el mendigo:
bien sé que tu poder es alto y fuerte.

Pero también que causas gran cuidado,
porque a quien se decide a andar contigo
das juntos gozo, llanto, vida y muerte.



II

Nostalgia de tus labios para oírte,
de tu cuerpo fugaz para abrazarte,
y de tu esquiva faz al no encontrarte,
y de tu raudo paso al perseguirte.

Nostalgia de tu voz al presentirte
en el labio que calla por besarte,
y en los ojos cegados por mirarte,
y en las manos sin tino por asirte.

Hoy de tu ser me queda el hueco ciego
de un amor que entre ausencias se concreta
afilando los dientes de su fuego

en la carne del alma, tierra quieta,
donde sembró su lacerante trigo,
con beso de traidor, labio enemigo


III

Ábrete paso hasta el brocal del canto,
al manantial de la inquietud primera,
al páramo sin grata primavera,
a la sima insondable del quebranto.

Sumérgete en los pozos del espanto
y cruza con valor la llama fiera
donde inició su viaje la primera
bala de vuelo hecho de sangre y llanto.

Y una vez en el fondo del sollozo,
en el centro del duro aprendizaje
de morir y vivir en rudo viaje,

comprenderás que toda risa y gozo
desemboca en las aguas del gemido
donde somos al fin polvo y olvido.



IV

Labio de joven plenitud soñada
¿Adónde abrevas tu pasión ardida?
¿En qué brazo de río calma, hundida,
tu boca su sedienta marejada?

¿En qué estero con luna reflejada
busca la noche su quietud perdida?
¿En qué pupila bebe de la vida
con avidez de tierra calcinada?

Yo que bebí tu sed de polvo herido
y tu sencilla suavidad de rosa,
párpado mudo, labio del olvido,

hoy te busco sin pausa en cada cosa
donde tu beso pueda estar perdido
como una dulce y vana mariposa.


V

Dame tu canto, sol, dame la vida
en la dulce bondad de la mañana.
Quiero, boca, tu beso de manzana
que endulce mi sonrisa florecida.

Quiero tu voz ardiendo en la encendida
claridad de la música que hermana
con el silencio su ala de campana
en ave que transita detenida.

Quiero tu beso, voz; tu canto, trino;
tu caricia sonora, labio ajeno;
tu palabra vidente y su sereno

cuerpo de inquieto y lacerante vino,
para beberlo en vaso donde fuera
sed que consume torturante espera.



VI

Voy a encontrarte, amor, por donde vengas:
si por la calle triste o el sendero,
por el vergel de mayo o por enero,
donde tu alado tránsito detengas.

Voy a buscar tu amor donde intervengas
para poner dulzura en el venero
de la amargura en la que, prisionero,
el corazón espera que al fin vengas.

Voy a besar tu boca en el estío
de ese yermo poblado por tus flores
y ese invierno entibiado por tu aliento.

Voy a tomar tus manos y en un río
de inacabables pájaros cantores
encontrará su espejo lo que siento.


VII

Voy a besarte, amor, voy a entregarte
entre mis labios toda la ternura.
Voy a dejar sobre tu boca pura
un beso que sea el sol para alumbrarte.

En la noche mi voz irá a encontrarte,
buscándote sin pausa en la negrura
y en un recodo la febril dulzura
de su palabra se pondrá a esperarte.

En esta boca insatisfecha, ausente,
donde ha sido la vida un largo viaje
desgranándose en cántico impaciente,

pondrás final, amor, a tanto oleaje
amargo que abrevó su sed urgente
dándole entre tus labios hospedaje.



VIII

Nadie escoge su amor. Yo no sabía
que me esperaba la ilusión más plena
en tu mirada cálida y serena
donde murió mi noche y nació el día.

No esperaba tu voz, ni su armonía,
que el aire con sus notas dulces llena,
ni que tanta ternura en boca ajena
con sus palabras el amor pondría.

No bastaría para agradecerte
por lo que me has brindado que te diera
hasta lo que me hace mayor falta.

Pues si no me bastara con quererte,
morir de sed ante tu boca fuera
ofrenda viva a la dicha más alta.


IX

Si te miro, te besa mi mirada;
si te escucho, tu voz besa mi oído.
Entre tú y yo los labios del sonido
se besan sin que nadie advierta nada.

No preciso palabra en la callada
heredad de tu aliento sorprendido,
que no conoce el frío ni el olvido
y que a mi lado crece enamorada.

Entre los dos el aire se estremece,
la mañana se cubre de rubores,
la luz alza sus altos resplandores

y el sol alumbra todo lo que crece;
mientras pasa el rebaño raudo y magro
sin advertir la fe de este milagro.



X

Si el labio, dulce párpado del beso,
pudo callar y ser tan elocuente
y la mirada pura tan paciente
para cortar el aire más espeso.

Si pudo estar en el silencio, preso,
el corazón de la pasión urgente
y sumergirse entero entre la gente
sin que nadie supiera de su peso.

Fue porque dentro de su cuerpo ardía
incontenible el fuego de la hoguera
de la más encendida primavera.

Y el corazón, sin pausa, esperó el día
más oportuno para dar la hermosa
ofrenda de su cuerpo vuelto rosa.


XI

¡Arder, arder, si entre tus manos fuera,
qué caricia tan dulce de la llama!
¡Qué suavidad del fuego que en la rama
es encendida y clara primavera!

¡Quién pudiera en el centro de la hoguera
ser la vegetación en que se inflama
y ser la voz de luz con que nos llama
a arder en la más cálida quimera!

Me quedaría entre tus labios presa
como un beso que a arder se ha abandonado
en el silencio más enamorado

de mi boca hecha fúlgida pavesa
y una vez sosegado su latido
con mi recuerdo quemaría al olvido.



XII

¡Quién pudiera en el sol quedarse ciego
y en pura luz sedienta arder consigo!
¡Quién en llama feroz, en enemigo
astro encontrar el más amable fuego!

¡Quién de tus manos se entregara al juego
y estuviera resuelto a arder contigo
sin importarle prevención de amigo,
amenaza, razón, consejo o ruego!

Quien así se concibe no pretende
ni lástima, ni envidia, ni baldones
de los que no comprenden lo que goza.

Porque el amor más puro a nadie ofende
y unidos los amantes corazones
alcanzan la alegría más hermosa.


XIII

Te escucho y siento el eco de tu aliento
hacerse ovillo en la luz de mi oído
y nunca oí a los hilos del sonido
formar madeja de más dulce intento.

Me has dado con palabras lo que siento
en un acento tan estremecido
que al pronunciarlas se me queja herido
el corazón con pertinaz lamento.

Con ese hilo de amor que tú me diste
el corazón cautivo fue tejiendo
su más profundo y cálido hospedaje.

Y en él a la pasión que en mí encendiste
traté de hallarle fondo descubriendo
la plena desnudez de su lenguaje.



XVI

El beso ha renunciado a la presencia
y la caricia viaja a la distancia
y el labio guarda la inquietud y el ansia
y la ternura se arma de paciencia.

La mirada se ve con resistencia
en la sola y aguda resonancia
con que mide la anchura de la estancia
que cobija los ecos de la ausencia.

Sin ti mi boca calla desolada,
se me hiela sin besos la sonrisa,
se me ahoga en silencio la mirada.

Sin ti la luz, la voz, el sol, la risa
son sombras de la larga llamarada
que busca su descanso en la ceniza.


XV

Quién pudiera dejar en esa boca
una caricia que desde el olvido
saltara sobre el tiempo defendido
y viniera febril, cálida y loca

a quebrantar tu voluntad de roca,
espuma desatada y cierzo herido,
con el entendimiento convencido
de que constancia vence lo que toca.

Triunfaría de ti si mío fuera
el tesón que los rostros de la tierra
modela con sus manos de agua y viento,

pero mudable soy, y pasajera:
Hoy mi caricia al aire mueve guerra,
mientras mi beso rueda por el viento.



XVI

Me rindo, ya no puedo más conmigo.
Cansada estoy de este vivir ausente,
de mirarte pasar entre la gente
y a tu lado marchar, mas no contigo.

El pan se hace enemigo de mi trigo,
batallan el que piensa y el que siente
en mi interior, y todo se resiente
como si en mí viviera mi enemigo.

Mayor penar que este dolor tan fiero
no he conocido, ni hay mayor tortura
que ver tus labios si los sé lejanos.

Y sin embargo, aunque de sed me muero,
la vida no me dio mayor ventura
que saber que en el mundo están tus manos.


XVII

Yo te invento, mi amor, de noche y día,
con esperanzas dulces y con dudas,
con rosas, con espinas tan agudas,
que clavan su tristeza en mi alegría.

Yo te invento de llama y lluvia fría,
de silenciosos gritos y de mudas
palabras, de verdades frías, rudas,
y de cálida y fértil fantasía.

Me invento cada día con paciencia,
aunque sé que tu boca está lejana,
un beso que me acerque a tu presencia.

Porque quiero cree que a esta inhumana
pasión de residir tanto en tu ausencia
no la alimenta una esperanza vana.



XVIII

Nadie volvió del cielo, ni ha contado
en qué consiste la mayor ventura,
ni ha descrito jamás tal aventura
el ojo que la dicha ha contemplado.

No se atrevió el sentido amedrentado
a proferir en cantos de dulzura,
ni habló de la tristeza y la amargura
de vivir de ese cielo desterrado.

Muero cerca de ti como si fuera
un exilado de ese paraíso
que cabe en el misterio de tus labios.

Habito así, mi amor, la amarga hoguera
en que tu ausencia cruel ponerme quiso:
No más tener de ti dudas, resabios...



XIX

Llueve en la noche y la quietud me llena
de una dulce y azul melancolía.
Hay un canto en la voz del agua fría
que apacigua la vida y la serena.

Siento el silencio que las cosas llena
de una mágica y quieta melodía
y en ella encuentra voz la fantasía
para tejer su música más plena.

Llueve en la noche. Pienso en la callada
palabra de tu labio estremecido
que no alcanzó la margen de mi oído.

Llueve en la noche. Yo te espero alzada
del sueño, con la fe puesta en tu mano
que en su caricia diga: No fue en vano.



XX

Con la voz desolada quiero hablarte
para que en ella pueda estremecerte
mi corazón deshecho por quererte
y muerto, en la distancia, de extrañarte.

Y no hay palabra fiel para expresarte
lo que en mi vida ha sido conocerte:
Mis ojos sólo viven para verte
mi amor crece con fe por esperarte,

mi boca entibia el beso por tu boca,
mis prisas no conocen acomodo,
mi sueño se desvive por la loca

quimera de estrechar tu cuerpo todo
y para ti se vuelca conmovida
hecha palabra mi ilusión perdida.



XXI

Tiene la voz una región de olvido
donde nombra el silencio lo pasado.
En ella se refugia, ya cansado,
mi amor desengañado y dolorido.

Aquel que tuvo en fuego tibio nido
y que del tiempo se creyó olvidado,
hoy llora solo, triste, amedrentado
de que por fin lo relegó el olvido.

Si a este amor tan ardiente y tan constante
pudo menoscabar el tiempo aleve
¿Qué no podrá vencer el cruel instante

que con paso seguro lleva en breve
al hombre más seguro y más amante
a ser tan móvil como el polvo leve?