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Ángela Ibáñez




Anillos de humo

I


He metido el pie en el círculo blanco del destino
Exorcizando todos los magos, todos los sueños
Y los arcanos, me he vestido desnuda con tu piel, mi amigo.
Se atrapó la tarde el tobillo en un riel,
Antiguo tranvía de lluvia, en un pavimento gris
Y casi, a pesar de la cálida humedad, muerto.
Invoqué a los dioses, llamándome nadie,
Y a nadie respondieron.
La tormenta parpadeaba amatista en la noche
Borrascosa de tus ojos.
El humo trepaba –manos tuyas talando el alba,
acuosa y fría- por una ciudad despierta y vencida.
Y nadie destruyó el silencio
Lo había devorado en sorbo de tus labios.
El rito se consumó arrasando el vendaval todos los prados.
Abrió los ojos y en la inundación de las pupilas
Dejó que brotara una eterna primavera.
El oráculo dormía la siesta en una campanilla
Que sonaba llamando a nadie al silencio.
Y nadie se había ido...
La cueva retornaba a sus antiguas dimensiones
De reino inaccesible y oscuro.
Los propios límites de la gruta se integraban
Dulces en el cristal de bruma gris.
Y en la quietud mágica de la profundidad Nadie
Reposaba en ellos.