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Blanca Andreu




ELPHISTONE

Es la hiedra negra, en las raíces, entre las hojas
del invierno, caídas hojas bajo la nieve, en las estrellas
del invierno, estrellas gastadas.
Yo lo recuerdo de la misma manera que el invierno
cuando con sus grandes botas pisotea la tierra,
como la sombra que divide así yo lo recuerdo
entre arbotantes y grandes maderos, en tanto el viento
escapa hacia el altar.
Yo recuerdo la luz de su fría república,
-sin duda la luna u otra materia maléfica.
Yo recuerdo su luz mientras el viento escapa
y una sombra torcida cruza hacia el altar.

Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes,
qué silencio crecido en un secreto como las ramas y
las catedrales
cuando la música de marzo tiene la verdad a sus pies.
Qué estaciones donde nada hay y ningún mensajero
recuerda
aquella música lejana, aquellos ojos que brillan en la
oscuridad
como dos animales vivos.
Sobre la niebla, entonces, propagaba su pensamiento
y relaciones y analogías relucían semejantes a peces,
recuerdos refulgiendo sobre el lomo del mar, huraños
pasillos de la memoria, entonces -los últimos
sentimientos, negros como la sombra en la bodega,
se saben todavía mal interpretados- qué astrolabio
y qué brújula, qué viento del noroeste
para el sombrío capitán Elphistone, para su mirada
cuando saluda a las constelaciones, el Boyero y las
Cabrillas
contra el incendio de las tempestades
o bien qué mueca definitivamente fría como un hueso.
Gesto de sable pájaro, ademán de orgullo
cuando con los días contados
finges, te creces, injurias con la voz que va derecha.
Fugaces cortesías de los mares se disputan tu honor
y cierto género de noticias o silencios muy elocuentes,
espías del recuerdo las estrellas evocadoras, oleajes
de postrimerías, bendiciones, cuando
-bajo la advocación del Holandés- te desposas con el
aparejo
y el viento oficiante murmura
sobre el podrido tálamo de lona
mientras que la madera entona el réquiem.