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V�ctor Botas




Paolo y Francesca



Esta noche, Francesca,
tus ojos son dos pájaros y van
en vuelo delicado
hacia un silencio verde de hondas ramas
sin nadie.

Vuelo quieto del ibis impasible,
del ibis mayestático sobre un Nilo ya apócrifo.

Ojos en los que siempre siempre está
soñando cosas raras
una esmeralda líquida en peligro.

Esta noche, Francesca, nuestra noche
última (fiel veneno
en el tímpano joven de un príncipe durmiente)
se derrama despacio, gota a gota,
en tus manos desnudas.

Manos que entre las mías eran (son)
dos palomas torcaces en su nido.

Nido de piedra verde y crepúsculos rojos
como espadas después de la batalla.

O labios entreabiertos
Palpitantes
Labios
que, como el mar, gimen de bruces
en las tibias arenas de tu cuerpo.
¡Ah, Francesca!: tus labios, de tan fríos,
pronuncian los oráculos
de esa muerte incesante que nos une.

Tácita Celestina, muda virgen que cela
nuestro amor
en las complicidades de la sombra.

¿Qué es el amor, Francesca?
¿Qué diantre es el amor?

Unos ojos que el tiempo ha dibujado
en el cristal preciso de otros ojos.

La tarde que no fue lazo ni cárcel.

Esta muerte incesante que nos une.

Que nos une, Francesca.

Vaga rosa imprevista reposando
sus pétalos valientes
en las húmedas fauces del invierno.

Una muerte dantesca, sí: la sola
que merece la pena de vivirse.