Poema II de El barro en la mirada (fragmento: vs. 1 a 48).

Eduardo Moga

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¿Estoy muerto? Esta cólera vacía
que recorre los túmulos del cuerpo
¿es el florecimiento de las sombras
o lodo iluminado que profana,
como un frío corcel, la pubertad
de los signos? Este oro mutilado
que se deslíe irremisiblemente
hasta alcanzar la mácula del semen,
que perfora los nombres como a nubes
prohibidas, ¿son mis ojos acercándose
al acero? ¿son légamo urgente
como el tiempo? ¿o acaso oscuridad
matinal, detenida en la serena
tempestad de los labios, impregnada
de danza y de paciencia? Realmente,
¿estoy vivo? ¿Por qué aquí, en el eclipse
de las manos, renacen las ventanas
como un tenue diluvio? ¿Por qué siento
los errores del mar taraceándome
como insectos sin amor? ¿Por qué,
pese a la juventud del viento, hay cisnes
vacíos en la orilla de mi túnica?
¿Por qué se recrudece el agua pétrea
que habita en lo invisible, si aún no
sé mi nombre, si aún no he bautizado
la materia? Estoy solo, con los perros
de la respiración, con los espejos
devastados por hombres inaudibles,
oyendo la oquedad de los martillos,
las cóncavas espumas de la carne
que ya, ahogadamente, se refuta,
viendo morir los mástiles del yo
y cómo de su muerte ni siquiera brotan
exhaustas azucenas. Árboles
inexorables en el pecho, árboles
que se desnudan tenebrosamente
en las simas diürnas, que perviven,
en su habitáculo de orina y nieve,
como un rumor de huesos ablandándose.
Las pupilas intentan encontrar
su voz; humedecidas por el fuego
más oscuro, se extienden por las sábanas
como átomos callados. Pero ¿quién
las hirió? ¿quién reanudó su lluvia
horizontal, sus dunas atacadas
por lo perecederop? Ése que duerme
a mi lado ¿soy yo? Y quien mastica
mi podredumbre, ¿es hombre o nunca? […]

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