Eduardo Anguita

Eduardo Anguita fue un reconocido poeta chileno perteneciente a la Generación del 38, nacido en Yerbas Buenas el 14 de noviembre de 1914 y fallecido en Santiago el 12 de agosto de 1992. Comenzó a cursar la carrera de Derecho, aunque la abandonó para embarcarse en Filosofía y Letras, la cual tampoco completó. A partir de ese entonces, trabajó para diversas revistas y diarios, tales como Plan, Atenea y El Mercurio, y desempeñó el cargo de redactor creativo para numerosas agencias publicitarias y estaciones de radio.
Su obra nació en pleno desarrollo del surrealismo y el creacionismo, y Anguita se acercó a personalidades de la talla de Vicente Huidobro y Pablo Neruda, relaciones que repercutieron directamente en la riqueza de sus versos. Su primer poemario se tituló "Tránsito al fin" y a éste siguió más de una docena de libros, entre los que destacan "Últimos poemas", "El poliedro y el mar" y "Venus en el pudridero", así como su ensayo "Rimbaud pecador", sus crónicas "La belleza del pensar" y su participación en la "Antología de la Poesía Chilena Nueva" de 1935.
Cabe destacar que cada dos años, aquellos poetas que no hayan accedido al Premio Nacional de Literatura pueden aspirar al Premio Eduardo Anguita, creado en 1993 por la Editorial Universitaria.

Poemas de Eduardo Anguita

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Eduardo Anguita:

Posición de combate del viajero

Como espadas de luz, portando al cinto
imperiales abejas de azul pelo,
desciende a la destreza de mi vuelo,
pelea el sol contra mi avión jacinto.

Ruedas de nácar de diurnal instinto,
plumas de luna, hélices del hielo,
cortan las cuerdas y la crin del cielo
del día muerto en un misal corinto.

Ay, marino celeste, derrotado
por sus bélicas flores, no te vayas
sin brillar con tu sable de grosella.

Que aunque estén las medusas de tu lado,
¡tú, soldado, perdieras las batallas,
y tú, aviador, quebraras las estrellas!

Límite oceánico

Para la jarcia de su piel de arena,
con zodiacal guitarra, entre los mares,
sin alcanzar a Ulises sus cantares,
llamarán por tres veces las sirenas.

Sobre la loza de una luna llena
beberá el cisne menta de pomares
y con rocío astral de aves lunares
mojarán los tritones su melena.

No orillará el marino los linderos
con que el geógrafo oceánico al viajero
encierra dentro de su huerto de ola;

Ni pastará con peces la legumbre
que con climas florales no le alumbre
el acuario del ángel-banderola.

Verdadera catástrofe

Siguiendo un collar vengo hasta la puerta de la casa, en que la llave no se necesita, porque el ladrido del perro la abrió apenas vio el hilo del tornillo de la cerradura. Alcanzó el viaje del hilo sin fin, y así como la sombra en las 'altas horas de la noche' de los periodistas, gira alrededor de su cola, su mirada rodeada de pelos dio vueltas en torno al tornillo. Y allí lo cazó la muerte. Yo entré, ignorante de todo, y derribé las paredes divisorias, hasta que, ante mi terror, la casa se convirtió en un campo plano. ¿Por qué las yerbas volvieron a entrarse en la tierra por el mismo pasaje por donde habían venido? Tal vez la debilidad de mi actitud las hundió para muchos años. Mas, entre las ventanas que ahora nadan en este aire, distingo, con gruesas alas, suspiros como piedras.

Allegro bárbaro

En un rincón de tu cuarto hay un caballo sonámbulo que no te dejará dormir con sus mármoles desvelados. Hay una hoja de amianto finísima que busca colocación entre la pared y tu alma. Entre hielos, hermosa muchacha, no mires, no te muevas, no constates: ni el amor que reclama su parte recíproca imperiosa, ni la situación de urgencia blanca de tu cuerpo aprisionado por un fuego del cual no puedo fijar la procedencia, porque ha nacido justamente del espacio que media entre yo y tú, entre tu presencia y mi destemplado deseo que se agita como una lengua, en este recinto, como en un abismo,

Por lo demás, no creo que te cieguen tus propios delirios o tu transparencia que deja sospechar más de lo existente. No te muevas, no percibas, no conozcas. Mujer, fosforescencia querida, ¿podrás dormir?

La risa o los funerales de Mister Smith

¿Por quién ríe el arzobispo cuando tam tam tañen las campanas de medio
campanario al fondo de la luz?
¿Por quién muestra sus botones quebrados por la vegetación y la espátula
este hombre con cuerpo de campana en madera?
Por Mister Smith, que murió estando muerto, como desperdicio de cocina.
Y ésta es la verdadera risa del rostro de cualquier hombre.

Ved qué es la risa, sino un vegetal que farsantea.
Ved cómo semeja una bestia torcida por el frío.
La máscara se socarra, concheperla y cuero.
El que ríe finge retirar sus bordes,
pero uñas pequeño-brillantes murmuran sílabas.

Mister Smith había pasado al fondo de un tablado,
se mostró semidesnudo como un hueso entre frutas.
Ver esto y largarse a reír fue todo uno,
como si viera aparecer un agua cortada en ambos extremos.

El que ríe muestra los dados,
dados sensibles hechos de mama y de nene,
ah, el traidor se enjuaga con ellos,
como con ojos, como con yerbas, como si no fueran él mismo.

Intensamente agazapado, ríe en la noche.
Yo lo miro reír por vez primera en la vida.
¿Qué es la risa? Un libro se abre
con las páginas cariadas, qué divertido, qué aire.

Brillan las manillas, las aldabas, a lo lejos fuma la muerte,
un pequeño fulgor es la risa de la bestia.
En ella un desconocido se contempla el reverso.
Se abre una rosa y el sermón continúa más serio.

Soneto 1942

Amé vivir en cielo inmaculado,
labrado en soledad y muerte pura:
igual que el cielo, ileso mi costado
creció sin sangre, fuerza ni premura.

Inquieto, como tiempo amortajado,
Al sentirme sin vida ni amargura,
torné a tu fuego de ángel derramado
olvidándome yo en la quemadura.

Así, furioso, incierto, desvelado,
locamente veloz e iluminado,
iluminado en goce y en dolor:

Contigo quemo el cielo y el reposo,
inauguro al Terrible y al Hermoso
Amor, Feroz Amor, ¡oh dulce Amor!