Biblioteca Nacional Argentina suma legado de Borges y Macedonio Fernández

A fin de enriquecer el patrimonio cultural argentino, las autoridades de la Biblioteca Nacional han sumado nuevos materiales a su colección. Según informa la agencia Télam, las joyas más recientes que ha obtenido son un ejemplar de la primera edición de «Historia de la eternidad» del recordado Jorge Luis Borges y cuadernos escritos por Macedonio Fernández.

De acuerdo a los datos que se pudieron recoger, el volumen que permite mantener vivo el legado de Borges apareció el 29 de abril de 1936 editado por la casa Viau y Zona. Si bien por ese entonces se lanzaron 300 ejemplares, la pieza que a partir de ahora custodiará la Biblioteca incluye numerosas notas a pie de página y formó parte durante largos años de la colección personal del escritor y periodista Rogelio García Lupo.

Consultado por Télam, García Lupo reveló que la obra fue un regalo que le hizo Borges a pedido suyo. «Yo elegí el ejemplar anotado: él no tuvo ningún problema», indicó.

Si bien en 1953 apareció la versión mejorada y más completa de aquel primer «Historia de la eternidad», el libro cedido por este intelectual es de gran valor «porque tiene la letra manuscrita de Borges».

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Por su parte, Maite Obieta, la nieta de Macedonio Fernández, permitió saber que la Biblioteca Nacional ha adquirido cartas, esbozos de novelas y anotaciones varias que realizó su abuelo en distintas épocas y que hasta ahora habían permanecido ocultas en una caja fuerte familiar que no se revisaba desde hacía mucho.

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Sin dudas, la Biblioteca Nacional ha enriquecido su patrimonio con dos grandes materiales.

Comentarios1

  • Raoul Shade

    Finalmente se habla de Macedonio Fernández, personaje casi mítico tanto admirado por Borges por su valentía y por su indiferencia hacia los premios literarios y tertulias. Para ambos, sea el fracaso y la fama, les parecían irrelevantes y no les preocupaban. En otras palabras Macedonio Fernández era de una autenticidad poco común entre escritores y exhibía una coherencia absoluta entre su estilo de vida y su obra.

    Tuvo la valentía de vivir plenamente sin pensar al mañana, cambiándose de hotel periódicamente por falta de dinero, dejando atrás sus deudas y sus manuscritos. Su palabra era oráculo y su aura socrática dejaba hipnotizados a todos, incluyendo a Borges. Su autentico inconformismo y actitud iconoclasta lo mantuvo a una prudente distancia de los suplementos dominicales, que, como decía el gran poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas, sólo sirven para ventilar la vanidad de los escritores mediocres, puesto que todos acaban escribiendo igual y echándose flores entre ellos.



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