ENCUENTRO CON LA DESESPERANZA

caballo negro

El sol se había puesto tras el horizonte con presteza,

ocultándose detrás de las casas y edificios de la ciudad.

Las nubes cruzaban hechas jirones sobre mi cabeza,

rojizas, ardiendo en fuego entre penumbra y oscuridad

e iban a amontonarse unas sobre otras en la lejanía,

semejando entre encendidos claroscuros una gran avenida.

 

El viento helado de las grises tardes de otoño

arremolinaba las hojas secas y amarillas a mis pies

y mi vista se perdía en las nubes bañadas de fuego bruñido.

En un camino de piedra, en el cual, estaba sentado a sus bordes,

especulando; como siempre vuelven menos de los que van,

mi alma temblaba, como se tiembla con esos escalofríos que dan

cuando se enfrenta uno a las desconocidas sombras y temores.

Parecía a punto de desvanecerse, de lanzarse al espacio,

pájaro temblando al levantar vuelo por primera vez,

corazón palpitando, latiendo acaso antes de nacer,

alma tiritando cuando viaja libre sin saber qué hacer.

 

Me hallaba como el moribundo en  sus últimos momentos,

como el grave enfermo entre alucinaciones y tormentos,

cuando sólo y en medio de la escueta llanura oí una voz,

una voz que me decía con un lenguaje violento y feroz:

—Vengo de los eternos torbellinos, de los oscuros abismos,

envuelto entre nubes de obscuridad y polvo de huesos,

compañero soy de la nada y como ella, de la nada provengo,

corto del amor los sueños, esperanzas y deseo luengo,

y ahora tú has de ser mío, porque por tu tristeza vengo…

Tú has dejado que tu corazón doliente sin razón este afligido,

has olvidado el porqué de tu dolor y  en el estás perdido,

porque no tiene ni sentido, ni razón, ni significado,

y te has quedado en la desesperanza y en el pasado.

Yo navego por el tiempo como barca por la corriente del río,

y arranco los corazones como el vendaval al junco sombrío,

el viento de la melancolía me empuja y por el dolor me guio,

por lo que no me interesa si es hombre o mujer, pobre o rico,

a quien con indiferencia el espíritu extirpo.

 

Alargo sus manos hacia mí, y justo estaba a tomarme,

cuando una ráfaga de viento suave, con la forma de ella,

deposito en mi mejilla un dulce beso que al tocarme

me hizo volver a recordar que aun en el dolor la vida es bella.

Trajo de nuevo a mi memoria, su rostro bello y joven,

casi una niña, con su piel tersa, hermosa y pálida.

Su figura esbelta, sus suaves curvas, su desdén

ante las cosas materiales y absurdas de la vida…

Y comencé a llorar por mí, por la vida que de mi huía,

por el cielo coronado de rayos de luz, de armonía,

por la tierra que después de invierno se viste cada vez,

de flores y colores, de matices ocres y prados verdes,

por todo lo que iba dejar de hacer e hice alguna vez,

por egoísta, por dejarme dominar por sinsabores,

por creer que al perder al ser que se ama ya no hay vida,

cuando hay que vivir por el recuerdo de esos amores…

El ser aquel, quito sus manos y se marchó, con paso lento,

mirándome desde el fondo de la bruma que lo envolvía.

Yo me quede sentado, llorando, sintiendo el viento,

seguro que en el cielo, mie bien amada, me sonreía.

  • Autor: Caballo Negro. (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 24 de marzo de 2017 a las 15:38
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 61
  • Usuario favorito de este poema: Anitaconejita.
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