María García Manero

La arboleda

Cae el sol en la arboleda,
oscurece poco a poco;
hay algunas nubes negras,
se oye un trueno seco, ronco.
Comienza a caer la lluvia
acariciando el paisaje,
parece un velo de novia
con perlas y con encajes.
Y va cubriendo las hojas
y los troncos de los árboles,
y el aire trae un perfume
de tierra, de vida y arces.
Entro y te veo dormido,
trato de no despertarte;
tu estampa parece un lienzo,
una obra de Velázquez.
Quisiera entrar en tu alma,
tu corazón y tu mente,
y poderlos descifrar
para saber lo que sientes.
Cuando me acuesto a tu lado
te acurrucas y me abrazas,
y con tu abrazo me dices
lo que las palabras callan.
Siento calma entre tus brazos
y vuelo sin tener alas,
sigue cayendo la lluvia,
pero no me moja el agua.
De pronto cantan los gallos,
el día va a clarear,
y yo me siento a mirarte
para verte despertar.
El trueno ha quedado mudo,
el relámpago apagado;
han peleado con el sol,
pero el sol les ha ganado.
Los campos están contentos,
la lluvia los ha saciado,
ellos son agradecidos
y su verdor le han brindado.
Despiertas, miro tus ojos,
ojos como un mar sereno;
y cuando me miro en ellos
no hay lluvia ni sol ni cielo.
Un paseo por la tarde,
hay libélulas volando,
salta una rana en un charco,
hay flamencos en el lago.
Y de nuevo cae el sol,
oscurece en la arboleda,
se oye un trueno seco, ronco;
las nubes se han puesto negras.