María García Manero

Carta a la vejez

Si va a ser tu llegada como una negra pincelada, intentando borrar del lienzo de mi rostro su sonrisa…, ¡no vengas!
Si vienes a mí como oscuro halo, intentando cubrir mi alegría con tu sombra, no…, no vengas.
Si tu presencia intenta cargar mi semblante con el peso de las penas, ¡no quiero que vengas!
Si el clamor de felicidad que resuena en mi vida pretendes acallar con estruendos de amarguras, ¡por favor, no vengas!
No importa que mi piel ya no esté tersa, no importa si pierde la frescura mi mirada, pero si vas a ser torrente de agua que apague la hoguera que da brillo a mis ojos…, ¡no lo hagas, no vengas!
Si pretendes ser la tumba donde se entierren mis sueños y esperanzas, ¡mejor no vengas!
Yo quiero sonreír
hasta el último día,
quiero pintar el mundo
con mi eterna alegría;
olvidar y alejar
las penas noche y día,
pues la dicha y las risas
son la luz de la vida.
Déjame que envejezca
cual si fuera una niña,
no importan las arrugas
y no importan las canas;
importa nada más
que mis días se tiñan
de sueños y de calma,
de esperanza y de ganas.
Y cuando hayas estado
todo el tiempo que quieras,
cuando pienses que es hora
y me veas serena,
llévame en dulces sueños
sin que me sienta enferma.
Llévame un claro día
o una noche de estrellas
con un coro de ángeles
que, con voz celestial,
entonen en sus notas
las melodías más bellas.
Si cuando estés aquí no voy a ser feliz…, ¡no vengas!