david valencia tobon

Hola, querida extraña

A veces pienso en ti y en lo mucho que me intimidas y en los breves instantes en que te veo… Verte en la rapidez del parpadeo en que se fija en mí tu sonrisa cándida y tu mirada indescifrable.

 

A veces pienso en ti… Maneras más sencillas y humildes que nace de este corazón de viajero: ¿cómo te encuentras de salud?, ¿cómo son los días con tu gata Negra? ¿cómo va el materializar tus sueños?, ¿en qué piensas a menudo si en números, tareas pendientes, paseo próximo, beba a cumplir o dormir plácidamente

pasada las ocho horas?

 

En fin, no sé nada de ti porque en cuanto quiero preguntarte mi hablar se entorpece convirtiéndome en payaso también, silencio alargado y evocado en el laborar; es más fácil hablar con tus compañeras que contigo.

 

A veces pienso en ti en que si es bien recibido mis mimos y cuidados en que por qué no me hablas más allá de lo protocolario en que si alguna vez… Quisieras en verdad salir conmigo —sin excusas—, como un par de amigos y un café frío con crema de whisky bajo un quinqué de un cafetín a las cinco de la tarde de un día cualquiera…

Para ti y para mí, lejos del mundanal ruido.

 

A veces pienso… Me haces verte como una princesa tan inalcanzable e infranqueable para este ogro que tiene atenciones de altruismo de corazón noble;

también lo hago por el cariño que te tengo… El cariño que se origina en la medida de los días de verte y saludarte, hablarte con parquedad y llevarte mis presentes con la cortesía al pie de la letra… Aun así, sigo siendo un extraño para ti… Aun sigo siendo nada importante para ti solo un compañero, solo alguien a saludar, solo alguien a quien mirar por mirar.

 

A veces pienso en ti por lo inspirador que se da al escribirte y lo torpe que soy al hablar frente a ti.

 

A veces pienso en ti, en la idea de no pensar en ti y en que es mejor no mirarte, no sonreírte; mejor ser altruista contigo y no dejar que el cariño necesite de un lazarillo de Tornes. Cariño que nace al verte quiere acercarse para tocar tus manos y preguntar ¿cómo va tu día?, ¿cómo estás de ánimos?, ¿con qué pensamiento te despertaste?… Es mejor olvidar que siento un cariño por ti. De esos cariños que nacen sin pretenderlo sin que sea con una doble intención, solo nacen desde que empecé a verte a menudo en el lugar de trabajo.

Tú, como si fueras una inspiración para mimos y atenciones a la princesa que le gusta lo tierno como el masaje que te había dado y que me sentí nervioso por tocarte, así mis manos estuvieran firmes por hacerlo con delicadeza.

 

Hubiera preferido negarme el hacerlo como el día en que te toqué para saber si tenías fiebre. Si bien me nació por caballerosidad, si bien no has rechazado mis caricias; prefiero la distancia contigo, prefiero mirarte a lo lejos,

prefiero atenderte por cortesía, prefiero no coquetearte;

pues no soy una inspiración para ti.

 

Aunque conjeture esto de esta manera, pues no sé si piensas en mí.

Las pruebas son contundentes solo de ti he recibido sonrisas

solo de ti he recibido buenas bromas solo de ti hay un saludo simple y llano

solo de ti he recibido la distancia para no ser amigos, no ser cómplice de viajes

no ser confidentes de los días.

 

Tú y yo somos una distancia y la cercanía se hace con la mirada: tú desde el balcón y yo desde el salón.

 

Tú y yo somos un par de extraños, un par de tímidos, un par de indiferentes,

un par de silencios... Hay tantos pares entre tú y yo, más no hace un camino para dos o un camino para ser compañeros de viaje.

 

La distancia hace que no seamos nada en las horas laborales, hace que seamos

un par de miradas tan frías como un capuchino con una bola de hielo como las mañanas encapotadas de nubes que ni el sol se atrevería a pasar a saludar como unos buenos días.

 

A veces pienso en ti y solo me importa a mí, pues ¿acaso piensas en mi por lo menos del modo parco?...

 

¿Por qué te pienso tanto? Es porque quiero una amista contigo. Somos un par de contrarios, pues… Tú no quieres una amistad, tú no quieres nada conmigo,

tú solo quieres verme como un extraño.

Admito que soy dado a ser altruista, al buen servir por naturaleza noble y que siempre fue la intención contigo. Jamás pensé que verte tanto hiciera que pensara en ti.

 

Y que tonto soy con escribirte a ti que eres una princesa y yo soy un ogro,

mejor dicho, un poeta. Pero nadie quiere poetas quieren a los malacarosos, a los seguros de sí mismos y determinantes e impositores, a los hombres hechos en gimnasio, a los hijueputas, misóginos, machistas, a los que tienen carro, dinero y petulancia.

 

Nadie quiere un amigo poeta, nadie quiere a los poetas

por ser sensibles y por andar en la nube,

por verle belleza a los pequeños acontecimientos,

por preocuparse por los extraños y por hacer amistad con los extraños

porque somos más de lo mítico que de lo inmanente.

 

Sí, a veces pienso en ti y la sarta de pensamientos que te he dicho

y solo de ti recibiré un largo silencio como estoy acostumbrado a tus silencios querida extraña.