Alberto Escobar

MetrĂ³poli

 

Si tienes que elegir
entre tú y el mundo,
elige al mundo.

—Frank Kafka. 

 

 

Hay muchos mundos,
uno, dos, tres, quizás cien,
pero todos están en este.
Mundos que surgen
de una barita mágica,
de una pócima de bruja,
y que de repente se abren
como una flor que espera
esperma, y se cierra. 
Vives en tu mundo,
y tu mundo es submundo
de otro mundo, y así 
como muñecas rusas,
y todos se contienen 
en este, su metrópoli. 
Tu mundo es tuyo, solo,
y en él hallas cobijo,
chimenea, brasas, tizones
mal carbonizados, hogar,
escondite a salvo del ruido,
contra el tráfico externo, 
solaz, sosiego, todo...,
pero ese mundo no existe,
es una entelequia, un montaje, 
una pose, un espejo, un humo
que entra por tus ojos
y se te hace materia, habitación, 
un mundo dependiente,
inscrito dentro de otro, mayor,
de este, el único que existe,
y que sin este no tiene argamasa,
cemento que pueda cimentar
sus paredes, su magia...
Tu mundo es un ensalmo
procedente de un bebedizo
que solo tú te has tomado,
y que solo en ti tiene efecto, 
un mundo que bebe 
de las fuentes de uno de fuera,
uno grande, inconmensurable,
que lo nutre como si fuera madre,
placenta, cordón umbilical 
que le hace llegar la leche,
las galletas, y todo aquello
que lo nutre y lo embellece,
y que sin ese río tu mundo,
cual si fuera un feto, queda 
desasistido, en un proyecto,
en un quiero y no puedo,
y no llega a ser. 
Eres plastilina, y estás hecho
para que una fuerza inerte,
invisible, te dé forma
para así, definida, puedas
aspirar a la felicidad, a ser
quien puedes ser, y esa fuerza,
esa energía, viene de fuera,
de este mundo que te contiene,
que, como cáscara de naranja,
comprende tu pulpa y la sostiene,
la hace posible y la nutre, 
la caroteniza hasta concederle
ese gayo color del que se gloria. 
Euforia, plenitud contenida...