Valentin Von Harnicsh

¡A pura vida!

¡A pura vida huele la muerte!

A dulce sabe toda la amarga tierra;

los lirios marchitos del camposanto

decoran siempre todo lo que se aleja. 

 

¿Qué tan amargo es el producto de la pena? 

Solo recuerdo morirme tantas veces, 

Unas merecidas y otras tan absurdas, 

Que embriagan como un mismo todo el vino y la locura. 

 

¿Cómo brillan las farolas fuera de los mausoleos? 

¡Si en las rejas de piedra no se filtran ni maldiciones! 

Tal vez en ciertas ocasiones de los muy vivos los rumores, 

¡Creyendo qué los muertos no escuchan sus gorjeos! 

 

¡Ay amores que ciegos me leen! 

Pues con la sordera propia no se escuchan, 

Ni los consejos de las amistades malas que los orienten, 

Ni los puros corazones que por vuestra maldad se asustan. 

 

¿Cómo trinan los pájaros desde las copas si partitura? 

¿Qué se creen las aves cantoras en las mañanas y los arreboles? 

Pues lo mismo que la mujer y la muerte que, de la dicha se creen captores, 

Cuándo de vida y plenitud a esas engreídas mi alma desnuda su caradura. 

 

¡A pura vida huele la muerte!

A vino sabe lo añejo y lo fino;

las lamparillas pícaras y fuertes, 

vencen con color las argucias del olvido.