R. Gruger

DEL PESEBRE AL MADERO

El sol da con fuerza en cúpula airosa

del templo sagrado de Jerusalén,

se escucha distante sofar lastimero

llamando a los fieles a la adoración,

suaves aleluyas, cuerpos que se mecen,

la cuarta vigilia termina en amén.

 

El palacio regio parece sereno

ni un ruído perturba su siniestra paz,

más pronto resuena en muro soberbio

trompeta que alerta a guardias que velan,

se empuñan espadas, los arcos se entesan,

se ordena al instante cohorte imperial.

 

Se percibe entonces tropel que se aleja

de la rica alcoba del tirano cruel,

y pasos nerviosos se alejan y vuelven

y surge de grana Herodes el rey.

 

"Afuera te esperan, Rey por siempre vives

rica carabana de extraña presencia,

vestidos lujosos con oro de Ofir,

de testa enjoyada con piedras muy bellas

son de ignotas tierras, preguntan por tí".

 

Palidece Herodes al oír las "Nuevas"

de un ser que ha nacido bajo estirpe real,

"Su estrella hemos visto, seguimos tras ella

los astros nos dicen que es rey de Israel".

 

"Profetas de antaño hablaron de éste

que es el Rey de Reyes que anunció Isaías,

le traemos oro, incienso y mirra

dones y presentes para el Rey Mesías".

 

El monarca innoble consulta al escriba,

a sabios del reino convoca y así

se confirma el hecho, en Belén Efrata,

nacería aquel Cristo, raíz de Isaí.

 

El ladino tirano se deshace en elogios

y les dice a los magos "id que luego yo iré"

y al partir los viajeros el feroz Idumeo

encendida la envidia de su cruel corazón

a deguello proclama para todos los niños

desde recién nacidos a dos años también.

 

De la villa de Efrata donde Cristo naciera

mientras corre la sangre y mil gritos se escuchan,

es Raquel la que llora en Belén y en Ramá,

va cruzando el desierto como sombra furtiva

un borrico que carga a un infante que sueña

sin saber que el exilio le ha tocado gustar.

 

Más allende el desierto, de la orilla del Nilo,

nuevamente es llamado a su pueblo volver,

y comienza aquel drama de la gracia Divina

que en Jesús se encarnara para dar salvación

a aquel pueblo perdido que esperaba al Mesías

sin saber que aquel era la promesa cumplida

para el pueblo que un día escogiera el Señor.

 

Y el que así viniera en vulgar establo

y en pesebre humilde le tocó nacer,

por tres años pregona del gran Dios esa gracia

la que el hombre recibe transformada en perdón.

Al final Cristo carga un pesado madero

en el cual es clavado con crueldad y odio fiero,

y el raudal de su sangre al brotar va llevando

sanidad y esperanza, y un mensaje divino

para el mundo que clama por justicia y amor.

 

R. Gruger / diciembre 1989