J.R.Infante

Baqueira Beret

Yo no llevaba entre mis manos

el frío manillar metálico

de los nervudos ciclistas,

ni lucía prenda alguna

de llamativos colores.

Nadie gritaba ¡arriba, arriba!

Y en cada curva

                         encontraba,

envuelta como regalo sorpresa,

otra curva,

con su peralte,

su tanto por ciento

y su charco de sudor.

Maillot verde, rosa, oro

                                    ¿amarillo?

Extiendo mi mano al frente

y noto la húmeda espalda

de una manta de lana

y más adelante un refugio

por el que transitan vacías

una tras otra las sillas

—procesión de cirios apagados—

y junto a ellas una leyenda:

Baqueira Beret.

Una hilera de brazos al aire,

sembrados en la cuneta,

 

 

se movían a mi voluntad

empapándose de lluvia,

hasta llegar al gran Arco

donde aguardaba la gloria

de un día de alta montaña.                                                          

Suena rítmica la guitarra

y la voz rota

                   de mi tierra;

ya veo nubes y pizarra,

allá diviso mansiones

remontes de ida y vuelta,

veo las copas de los abetos

en perfecta formación.

El valle me va tragando

devolviéndome a la arena,

en la ribera del río

                             y en lo alto

se asentaba Baqueira.