La mujer que vio la luna una noche de verano
puso toda el alma en su mano,
puso su corazón en Dios.
Alzó los ojos interrogándole al vituperio
que la dureza de un imperio
es el fracaso de los dos.
De pronto, se destelló el silencio tan virulento
y vino sobre el pensamiento
una plegaria de perdón.
En resumen reza la propuesta meditabunda
que con ideas iracundas
suplicaba la bendición.
Soy la mujer tan despierta, soy la hembra soñadora
que es amante, que fue señora
y que busca Jesús tu amor.
Escucha mis palabras que danzan entre la fuente
y se pierden como simiente
bajo tu orla y el resplandor.
Jesucristo como siempre mandó un acompañante;
un lobo pintado en diamante
tan fuerte como un semidiós;
pues al trayecto del camino lloró al infinito,
la dicha del lobo bendito
que fue el Gran regalo de Dios.
Samuel Dixon [11/07/2022]