Raúl Voltavayeros

EFRAÍN REVOLUCIÓN

EFRAÍN REVOLUCIÓN

 

 

Y me volví un empírico:

si había fuego,

tenía que comprobarlo con las manos.

Si un muerto entonces,

inclinábame sobre él

esperando el vaho de la resurrección

o de la irrecusable determinación

con que la Muerte acostumbra cerrar los párpados.

 

Ante los muchos mandamientos,

el menor arrepentimiento:

-Maté a un hombre

-Me acosté con la mujer de mi hermano

-Trepé tan alto en la mentira

que acabé por juzgarla cierta.

Todo esto hasta que me entregué a la revolución.

 

¡Viva la revolución! -grité

y obtuve mi licencia de revolucionario.

¡Viva la revolución! –gritaba

con mi fusil de juguete

y un corazón de utilería.

 

Así pasó el tiempo hasta que llegó a parecerme

que la revolución exigía un mártir,

un señor que pudiera sangrar hasta la última gota.

 

Las viejas no querían sangrar.

Ya estaban viejas y tenían la salud delicada.

Los hombres dijeron no estar dispuestos

habiendo tantas máquinas

que poner en marcha.

Los soldados dijeron querer pero

asomaba a sus ojos un brillo macabro,

una luz densa,

una sed de bustos y sables y condecoraciones.

 

Yo era revolucionario

y todos lo éramos.

Pero yo balaba como una oveja

(o un chivo)

cebado para el festín de la revolución.